La liberación
Cuando uno menciona a Tilda Swinton ante un espectador no tan avezado en esto de recordar nombres y caras, tiene que terminar diciendo: “esa, la flaca colorada de ojos saltones, que siempre hace de mujer frígida”. Okey, no es un buen comienzo para esta crítica -y si alguno de ustedes es amigo de Swinton, por favor no le comenten esto- pero es una perfecta manera, no sólo de lograr esclarecer el panorama sino, a la vez, de buscar uno de los posibles aciertos de El amante, film de Luca Guadagnino que tiene tantos puntos a favor como yerros garrafales. Es decir, el mayor acierto es hacer que por una vez a la buena de Tilda, tan acostumbrada a sus mujeres envaradas y sin demasiado afecto, excesivamente autocontroladas y distantes, le toque un personaje como el de Emma Recchi, que disfruta de un par de encuentros sexuales pasionales y termina por fin liberándose de aquello que la oprimía: la estructura de una poderosa familia de negocios del norte de Italia. Lo que cuenta El amante es, entonces, el camino que transita su protagonista hasta soltarse del lazo social que la acorrala.
Emma es una rusa que llegó a Italia como protegida del hijo de un poderoso industrial, y que con el tiempo se ha convertido en el heredero del gran emporio: algo de esto se cuenta en su operístico comienzo, la preparación de una larga cena y el arranque de la misma, en la que el viejo patriarca, entendiendo que le queda poco de vida, pasa el poder a su hijo y a uno de sus nietos. Este comienzo es demoledor, tanto narrativa como formalmente, construido de retazos y con una cámara que va posicionándose dentro del cuadro y con un montaje barroco, revelándonos información que no estaría con una narrativa más convencional. Pero ese arranque, magnético, donde uno comprende los entresijos de poder que se van a desenredar a partir de ahí, es una muestra de los aciertos y los errores que puede cometer Guadagnino si excede el gesto formalista: cosa que hará alternadamente durante los 120 minutos que dura su película. Casi circularmente, una secuencia similar sobre el final comienza a cerrar el relato, aunque como espectadores estamos desde otro lugar y la secuencia no tiene la fuerza de la anterior.
Algo para destacar: nuevamente es tonto el título que le ponen aquí, ya que El amante hace referencia al chef amigo del hijo, del que Emma se enamora, y que le permitirá desprenderse progresivamente del vínculo férreo de esta familia poderosa y absorbente. Sin embargo, ese personaje carece casi de construcción y es más una referencia abstracta sobre lo que le pasa a la protagonista. El punto de vista del film es el de ella, y por más que ese “amante” simbolice algo, no tiene la entidad suficiente como para convertirse en algo relevante. No hay aquí un relato sobre lo externo, sino todo lo contrario: es cómo esa mujer, ante determinada situación, comienza a distanciarse de lo que la tiene apresada. Por eso es más conveniente el título original, Io sono l’amore, porque de alguna manera define al personaje y es más coherente con sus motivaciones y resoluciones.
Dicho esto, hay que señalar que algunos han visto ecos “viscontianos” en este film, especialmente en el trabajo sobre el poder y lo social, pero seguramente a lo que más se parezca es un poco a aquellos melodramas que filmaba Douglas Sirk, con su alta sociedad y sus represiones internas. Pero más aún, El amante parece una reescritura de El padrino en clave feminista: en vez de centrarse en Michael, aquí se queda con la que vendría a ser la esposa de Vito Corleone. El amante sugiere posibles caminos para que estas mujeres se liberen y, por otra parte, posibles caminos para que el cine que imita al pasado o que se construye desde cierto sentido de refinamiento, no ceda el encanto preciosista, ni termine por los redundantes caminos del cine qualité europeo. En eso se parece un poco a La condesa, por sugerir algo que no lo es del todo: como allí, lo que elude el peso de la solemnidad del drama envarado es su inscripción en el territorio del melodrama más craso. Deliberadamente, a medida que el film se abre y Emma se libera, la película se va haciendo más grasosa, menos refinada, por eso más pasional. Y si a esto le sumamos una mirada cruda sobre el poder empresarial de la derecha italiana, esto se torna mucho más interesante.
Pero toda El amante está construida sobre la base de un posible peligro: la música de John Adams y la fotografía de Yorick Le Saux están demasiado presentes. Lo prosaico de algunas escenas es arruinado por la intromisión de una luz preciosista y de una música que resalta con marcador fluorescente las emociones internas. Dos escenas que sirven de ejemplo de cómo el exceso formal arruina un momento: primero, Emma prueba una comida preparada por Antonio, el cheff. Al igual que a Anton Ego, el bocado lleva a Emma a otro lugar. Pero lo que en Ratatouille era apenas un flashback, aquí es todo un esfuerzo de iluminación y encuadre que impide el disfrute real: algo parecido pasaba con Julia Roberts y unos tallarines que se comía en Comer, rezar, amar; segundo, uno de los encuentros sexuales entre Emma y Antonio se da en plena naturaleza. Los planos cortados, veloces y el insert de imágenes con insectos quieren representar algo que no pueden. Ni siquiera recrean la pasión de ese momento liberador, especialmente para ella. Más allá de todo, Tilda Swinton está excelente y su sola figura logra sobrellevar estos desatinos que si bien se comprenden en el marco de un film desmesurado, son escollos para un film atendible y que se sale de la media del cine europeo apolillado que se estrena habitualmente. Igualmente, ya era hora de que la actriz disfrute un poco en la cama y se dedique a gozar.