En una semana nutrida de estrenos nacionales como pocas veces, dos de los seis films que se suman a la cartelera, tienen en su trama y hasta en su título, contenidos germánicos. Además de Schafhaus, parte del metraje de El amigo alemán transcurre y está relacionado con aquel país. De la mano de la directora argentinofrancesa Jeanine Meerapfel llega ahora una epopeya fílmica de fuerte contenido emocional y político, pieza con la cual, además, la
realizadora enhebra una suerte de tríptico vinculado a la idea de la amistad. Sus tres películas en Argentina (las otras serían La amiga y Amigomio) tienen nombres que giran alrededor de este término, aunque seguramente el tópico que más las aúna sean las profundas heridas abiertas por la dictadura cívico-militar. Su trama es lo suficientemente abarcativa y ambiciosa como para caer en elipsis continuas y aspectos poco desarrollados, pero a la vez colabora en el interés constante que lleva la historia, sin por otra parte menguar sus componentes emotivos.
Hablada en español y alemán -muchas veces los diálogos se inician en un idioma y las réplicas terminan en otro-, y a través de casi medio siglo, entran en el juego dramático la dictadura, la guerrilla, las luchas estudiantiles, las Madres de Plaza de Mayo y entramados familiares ocultos. Meerapfel corre riesgos con todas esas subtramas, pero la da un lugar preferencial a esa potente historia de amor, que prevalece a través del tiempo, entre una judía y un –muy a su pesar- descendiente de nazis. La ambientación es de gran nivel pese a los continuos cambios de locaciones y en las actuaciones confluye lo mejor del espíritu del film. La enorme belleza de Celeste Cid está en absoluta sintonía con su múltiple capacidad de transmitir sentimientos y el joven actor alemán Max Riemelt la acompaña con carisma, pero es su compatriota Benjamin Sadler el que más se destaca, junto con notables participaciones de
Noemí Frenkel, Jean Pierre Noher, Carlos Kaspar y Daniel Fanego.