Un amor de contornos difusos
"El amigo alemán" desarrolla la relación entre dos jóvenes sobre las coordenadas de la vida política latinoamericana de tres décadas.
A medio camino entre la historia de amor y la crónica de época, El amigo alemán, de Jeanine Meerapfel, intenta narrar los sentimientos de Sulamit (Celeste Cid) y Friedrich (Max Riemelt) a través de varias décadas, desde la adolescencia en Buenos Aires, en los años 1950, hasta la recuperación de la democracia en 1983. Así de extenso es el periodo en el que ella y él corren en busca de su destino.
La película refleja en lo visual los cambios de época, con detalles cuidadosamente puestos frente a la cámara, preciosismo que, entre otras cosas, va acompañado, en lo que respecta a la construcción de personajes y situaciones, de una tendencia simplona que lleva a pintar estereotipos, todo el tiempo y en todo lugar.
Sulamit es hija de judíos y amiga de Friedrich, hijo de un alemán nazi, refugiado en Argentina. Hay en la chica un voluntarismo permanente y no se sabe si entre ellos existe amor de pareja o de hermanos. Cada uno vive su concepción del mundo y huye de la herencia impuesta por la sangre y las tragedias de signo opuesto. Una y otra vez Sulamit dice: "Somos argentinos".
Celeste Cid trabaja el personaje rebelde aunque no revolucionario de manera poco expresiva, con un rictus que sólo permite algunas sonrisas a lo largo de la película. En tanto, Max Riemelt encarna el muchacho que adhiere a las causas libertarias de los años de 1960, primero en Alemania, donde vive con estudiantes latinoamericanos politizados y, después, en Argentina, como parte de la guerrilla de los años de 1970. Un recorrido que Sulamit va acompañando por instinto y sin convicciones.
La película de Meerapfel, directora nacida en Buenos Aires y con vasta experiencia como documentalista, se vuelve un ejercicio de reconstrucción de época bastante tedioso, en el que los niños de la primera parte hablan como si estuvieran leyendo. Si bien el elenco es muy generoso por su aporte al trazo elemental de los personajes (Adriana Aizenberg, Katja Alemann, Cipe Lincovsky, irreconocibles por la caracterización; Daniel Fanego, Jean Pierre Noher), la propuesta de la directora está muy lejos de las películas del cine argentino actual. No sólo el estereotipo es un problema. Los enamorados funcionan como la excusa para describir 30 años de historia argentina, un plan pretencioso en el que las ideas malhieren a la historia de amor.