Honesta propuesta de condena a regímenes totalitarios
Este cronista, perteneciente a la misma generación que los dos personajes centrales y con vivencias relativamente similares a ellos, se siente ciertamente habilitado a juzgar con conocimiento de causa la veracidad de la trama de “El amigo alemán”. La nueva película de la directora Jeanine Meerapfel, nacida en Argentina pero residente en Alemania desde hace cincuenta años, continúa en la línea de sus producciones anteriores como “La amiga” y “Amigomío”, con las que curiosamente comparte similares títulos.
Puede sorprender que en un mismo barrio hayan convivido familias alemanas tan disímiles como las de Sulamit, de origen judío y Friedrich, con padre nazi. Pero ello ocurrió con frecuencia en nuestro país apenas finalizada la guerra y pese a no estar especificada la localización es probable que corresponda a la zona norte de Buenos Aires (Vicente López, Olivos o Martínez por ejemplo).
El inicio corresponde claramente a inicios de la década del ’50 (los carteles de Perón en la calle no pueden llevar a equívoco ninguno). Lo confirma también la escena en el aula donde a la niña le avisan que está enferma la maestra de “Moral”, mientras que el resto de sus compañeros van a la clase de “Religión”.
La prematura muerte del padre (Jean Pierre Noher) de la joven dará mayor protagonismo a su madre (una excelente Noemí Frenkel), preocupada por la ola antisemita que comenzó a asolar Buenos Aires en la segunda mitad de la década del ‘50. Habrá referencias a una estudiante judía a quien le grabaron un pecho con una navaja (en realidad fue el caso de Graciela Sirota en 1962) y la propia Sulamit (ya encarnada por Celeste Cid) sufrirá una agresión física por parte de tres jóvenes de la agrupación Tacuara.
Friedrich (el actor alemán Max Riemelt, visto en “La ola”) por su parte descubrirá el pasado nazi de su padre (Carlos Kaspar) y la complicidad de la madre (Katia Aleman) y se revelará contra ellos. Conseguirá una beca en Frankfurt y una vez llegado allí irá virando ideológicamente hacia la izquierda. Ella lo seguirá algo más tarde en Alemania pero no siempre sus visiones coincidirán, siendo Friedrich el más radical de ambos.
Se sucederán los gobiernos militares (Onganía, Videla) y habrá momentos dramáticos como uno en la cárcel de Rawson. Pero finalmente la llegada de Alfonsín será el último capítulo de una larga historia de encuentros y desencuentros.
Es probable que Meerapfel haya querido abarcar demasiadas temáticas y quizás hubiese ganado de haber limitado el espacio temporal a menos décadas de nuestra historia. No obstante, se rescata la honestidad intelectual de su propuesta y la clara condena a regímenes totalitarios (nazismo, Proceso). El mensaje central podría sintetizarse en que una persona no necesariamente es el producto inevitable de sus antecedentes familiares. O más aún, como se afirma en algún momento de “El amigo alemán”, que la historia de la condena a padres intolerantes “siempre se repite”.