La épica didáctica
Semanas atrás conocíamos Infancia clandestina, una película que al igual que esta tiene aires industriales pero busca una personalidad que la distinga, incorporando tiempos y tonos cercanos a un cine más de autor. Para más similitudes, no sólo ambas abordan temas vinculados con la historia política del país, sino que además se valen de la propia experiencia de su director para sostener el verosímil de su recorrido. En el caso de El amigo alemán, Jeanine Meerapfel aborda la experiencia que atraviesan una hija de alemanes judíos y el hijo de una pareja de alemanes nazis, instalados en la Argentina. Ambos se enamoran allá por los 50’s, crecen, se hacen adultos, y el tiempo y los hechos políticos los distancian. Y así como en el film de Benjamín Avila es el compromiso y la pertenencia a determinadas causas lo que interfiere en los vínculos, aquí el militante Friedrich (Max Riemelt) se apasionará con las movidas de su tiempo mientras la expectante Sulamit (Celeste Cid) espera el momento en que pueda estar nuevamente con su amado. Pero El amigo alemán no sólo es una película fallida porque nunca logra que la épica romántica corte la respiración del espectador (le falta pasión de la real), sino que además -pecado mortal- no logra que la historia de sus personajes trascienda a la historia que sirve de telón de fondo.
Cuando una película decide contar la Historia a través de personajes ficticios, lo fundamental es hacer que ese recorte en primer plano (los protagonistas) tenga la suficiente entidad como para que el segundo plano (la Historia) resulte un comentario de aquel. En El amigo alemán, Friedrich y Sulamit no sólo viven tiempos convulsionados (imagínese que van del nazismo a la caída del peronismo pasando por la lucha armada contra la dictadura, los desaparecidos, las Madres de Plaza de Mayo, el triunfo de Alfonsín y la defensa de las causas aborígenes), sino que además esos tiempos convulsionados están en un constante primer plano y pautan el comportamiento de los protagonistas: así, la película, carente de fluidez para desarrollar todos los temas que pretende y sin personajes que sostengan el relato y se impongan, es una especies de greatest hits históricos. Y no es la Historia la que se refleja en los personajes, sino que son los personajes los que se ven obligados a hacer comentarios acordes a cada instancia que atraviesan. Vale retomar el ejemplo de Infancia clandestina: en verdad, poco sabemos acerca de lo que hacen los padres del protagonista, pero son sus acciones y decisiones, contaminadas por el contexto histórico que conocemos, las que forman y construyen a los personajes. En El amigo alemán no hay nada más que una serie de lugares comunes y diálogos didácticos (la reunión con las Madres de Plaza de Mayo es ejemplar en este sentido).
En verdad, el film de Meerapfel podría haber funcionado si las notas al pie de cada escena hubieran ofrecido un punto de vista original sobre los hechos, si los protagonistas hubieran tenido algo interesante que decir. No es el caso. Friedrich no es más que un cliché andante, un estereotipo con intenciones de profundidad y con un giro final excesivo y expuesto de manera ridícula (en Infancia clandestina el padre es también un estereotipo, pero su función en el relato es precisamente el de ese ejercicio simbólico de ser una referencia comprensible para el espectador) y Sulamit pena por su indefinición respecto de lo que quiere, a lo que hay que sumar esa languidez algo soporífera con la que Celeste Cid encara cualquier personaje. En cierto modo algo andaba mal en El amigo alemán desde un principio, en los giros argumentales que se pretenden titular de noticiero (el padre nazi, los médicos que hablan durante la caída de Perón y un largo etcétera) o en esos doblajes demasiado evidentes (el caso de Riemelt genera una continua dispersión para el espectador) dentro de una película que es muy rigurosa con el uso del lenguaje. Pero acercándose al final, la película pretende aplicarse correctamente al subgénero de la épica romántica sobre la que se fue amparando, y es ahí donde hace agua por todos los rincones definitivamente: no sólo cuenta con un final imposible, sino que además se recibe de naif y culebronazo. Discursivamente El amigo alemán dice lo que hay que decir, sostiene lo que hay que sostener, se pone del lado de los que debe ponerse, pero eso no alcanza cuando las herramientas con las que se lo hace distan de ser las adecuadas. Un film fallido, aburrido y sin una gota de esa pasión que pide a gritos.