Curando heridas, en la óptica de una conocedora
Esta es la historia sentimental de dos argentinos a lo largo de varios años. Ella, hija de judíos alemanes que escaparon de la guerra. El, hijo de alemanes decididamente arios que escaparon en otras circunstancias. Los padres tendrían que ser enemigos declarados. La vecindad, calle por medio en el apacible Olivos de los 50, el ocultamiento del pasado por parte de quienes algo hicieron, la inocente nobleza de la infancia, hacen que los chicos sean amigos, que esa relación se mantenga a lo largo del tiempo, y se transforme en algo más íntimo cuando más tarde se reencuentren en el país de sus mayores.
Pero algo pasa entre ambos. Ya estamos a fines de los 60, son épocas muy politizadas, y los jóvenes alemanes no solo quieren cambiar el mundo. También exigen saber qué hicieron sus padres cuando el nazismo quiso cambiar el mundo. Sienten vergüenza e irritación. Cortan raíces, son perentorios e intolerantes como sus padres, pero sin siquiera sentirse bien con lo que hacen. El resto es consecuencia, y la pareja podrá entenderse definitivamente solo después de amargas experiencias históricas, discusiones, alejamientos y búsquedas (él por otra sociedad, ella por ese amor de niña, y lo de ella resulta más sabio, más práctico y concreto).
Es, como se dijo, la historia sentimental de dos argentinos. También, la historia de los vaivenes ideológicos de una generación de argentinos. Y, en algunos aspectos, es la propia historia de la realizadora Jeanine Meerapfel. No por lo del noviecito de infancia, pero sí por varias situaciones muy significativas que allí se evocan, incluyendo la escena de la vajilla con la esvástica en la casita del Tigre, la de los estudiantes secundarios del grupo Tacuara, etc). Lo que cuenta, lo cuenta con total conocimiento. El suyo es un testimonio absolutamente fiable y de primera mano.
Muy bien elegida Celeste Cid, creíble y querible en todas las escenas, lo mismo que los niños Julieta Vetrano y Juan Francisco Rey para el primer capítulo. En el reparto, Max Riemelt, el actor de «La ola», Noemí Frenkel y Jean Pierre Noher como los padres, Carlos Kaspar en un personaje que merecería una escena más, Daniel Fanego, Fernán Mirás, Benjamin Sadler, Adriana Aizemberg, Katya Aleman, y, en breve participación, Cipe Lincovsky, que hará 25 años protagonizó con Liv Ullmann la película más conocida de Meerapfel: «La amiga». Otra película de la misma autora se impone hoy a modo de precuela: el documental «En la tierra de mis padres», 1981. Y una más, a modo de placentera reconciliación con la vida y los seres amados que se fueron: «El verano de Ana», 2001, filmado en islas griegas con Angela Molina.