El ascetismo de los nombres propios que forman el título original acompaña el desarrollo de “El amor de Tony”, que su creadora llamó “Angele et Tony”, un laconismo muy adecuado para el espíritu de su obra. Con una notable economía de recursos expresivos, la debutante directora narra esta historia de amor áspera, en el marco idealmente rústico de un pueblo costero francés. Angele es bella, está en libertad condicional, es viuda, tiene un hijo que pretende recuperar y que no ve desde hace dos años. Tony, un gordito taciturno y amable, explota junto a su hermano y su madre, también viuda, un pequeño barco pesquero. Se conocen en una cita a ciegas pero la cosa no funciona desde el primer momento. Ella quiere sexo y el no sólo eso, según parece.
Con diálogos breves, casi monosilábicos, la directora va desanudando los conflictos y rispideces emocionales de los dos personajes. Como en toda historia de amor, también en este caso es la imposibilidad lo que guía la trama sobre dos seres afectivamente bastante desamparados y que probablemente no se hubieran conocido en otras circunstancias.
Delaporte elige la forma más dura de narrar una historia que no pretende que sea romántica en el sentido tradicional. A diferencia de otras parejas de Hollywood, como la de “Frankie y Johnny”, con Michelle Pfeiffer y en la que Al Pacino también compone a un ex presidiario, o la también francesa “Edith y Marcel”, de Lelouch, Angele y Tony no muestran sus emociones, otra forma de hacer verosímil una historia de amor.