Sensaciones encontradas podría ser una buena forma de acercarse a lo que deja el estreno de “El amor dura tres años”. Estamos frente a otro intento de revitalizar la comedia romántica. Desde chicos escuchamos a los grandes hablar de un género que atrae a las mujeres pero ahuyenta a los hombres de las salas cinematográficas. Una “verdad” discutible, pero también es cierto que se necesita una lupa gigante para encontrar un ejemplo en los últimos años que atraiga a todos. Muy pocos. Cuando “Harry conoció a Sally” (1989) resultó tan emblemática que aún hoy es difícil no usarla como termómetro para medir la calidad de toneladas de burdas copias hechas desde entonces. ¿La recuerda? ¿Quién no polemizó eventualmente sobre la posibilidad de la amistad entre el hombre y la mujer?
En ésta producción el tema se menciona con esa frase además de otras tantas (muchas, muchísimas), la mayoría de las cuales quedan sin desarrollo ni en el guión, ni en los personajes, ni en las actuaciones. Se intenta abarcar mucho sabiendo de antemano la escasa capacidad para apretar.
Luego de una introducción, a la que haremos referencia más adelante, comienzan los títulos. Vemos a Marc (Gaspar Proust) jugueteando con una bella mujer. Se conocen, se miman, se casan, se van separando de a poco, van perdiendo interés mutuamente, se pelean… Para cuando cierran los títulos señalando como “dirigida por” Frédéric Beigbeder el hombre ya está comunicando a los amigos sobre su divorcio al día siguiente. Suponemos, entonces, que pasaron los tres años del título útiles al desarrollo del argumento. En realidad no pasaron 4 minutos todavía, pero el futuro de los siguientes 92 tiene cierto tufillo autobiográfico porque la novela está escrita por el propio director.
El protagonista es un escritor mediocre de 30 años, que encuentra en el dolor de la reciente separación la tangente por la cual sale la inspiración de su texto más “logrado”, justamente: “El amor dura tres años”. Un compendio de broncas y catarsis en contra del matrimonio, la pareja, la mujer, la histeria y otras yerbas que son contadas y narradas a cámara. Luego de varios intentos en distintas editoriales, cuya opinión sobre el patetismo del libro es unánime, una editora se la juega por cuestiones presupuestarias y lo lanza al mercado.
Obviamente quedará lugar y tiempo para que Marc encuentre la oportunidad para vivir la contradicción de todo lo publicado en su best seller contra la mujer. ¿Cómo sucede esto? Alice (Louise Bourgoin, bella actriz), casada con el primo del autor, aparece en su vida no sin antes aclarar que leyó el libro y le pareció “escrito por un pendejo histérico”. El autor no querrá hacerse cargo de su éxito por las dudas que ella no le de bola. Sobre esta endeble y poco sustentable idea gira el resto de la trama, la cual dependerá más que nunca de la soltura del elenco para causar empatía y gracia. Es decir, por un lado “El amor dura tres años” es muy convencional; por el otro, tiene momentos de frescura, jovialidad, algunos diálogos desprejuiciados y espontáneos (todo gracias a las actuaciones del elenco), al mismo tiempo que la imagen del relato está salpicada por una batería de ideas superfluas sobre la vida, las relaciones de pareja, etc.
El problema de estas “verdades”, marcadas a fuego por la experiencia amorosa anterior de Marc, es que se vierten en la pantalla de forma tan vertiginosa que no dan tiempo a desarrollarse ni en la historia ni en la mente del espectador, con lo cual se pierde la oportunidad de un humor más genuino. Algunas de estas frases son escritas literalmente en la imagen mientras el actor habla. Aparecen abajo, arriba, oblicuas, en perspectiva; como si fuera algo más que se agrega al set. Podrían ser buenos disparadores, pero quedan como frases sacadas del reverso de los sobrecitos de azúcar. La decisión del realizador para con el espectador es que Marc rompa la cuarta pared y nos hable directamente mientras detrás suyo ocurren algunas acciones. Una forma de convertirnos en cómplices de su pensamiento. Igual que en “Mientras la cosa funcione” (2009), pero claro, ni Frédéric Beigbeder es Woody Allen, ni Gaspar Proust es Larry David.
Al principio decíamos que la introducción es un archivo donde vemos a Charles Bukowski en una entrevista afirmando: “El amor es como la niebla que sale antes de que aparezca el sol, un instante antes de que se evapore. El amor es una niebla que se evapora con la luz de la realidad”. Mire qué disparador para una película. Si el director hubiera visto estas primeras imágenes a lo mejor tendría un producto mejor realizado.