Con fecha de vencimiento
“El amor es como la bruma de la mañana al despertar antes que salga el sol, se mantiene un instante y luego desaparece. Se evapora rápidamente, el amor es una bruma que desaparece con las primeras luces de la realidad”, nos dice entre risas mientras enciende un cigarrillo Charles Bukowsky en algún reportaje realizado en los años ochenta. Con esta frase comienza la película El amor dura tres años de Frédéric Beigbeder, director que además es escritor, crítico, comediante y publicista.
Lo que sigue es una serie de imágenes que van desde el casamiento de Mark Marronnier (el protagonista) y Diana, su esposa en ese entonces, hasta la decadencia de la pareja que los lleva al divorcio. Observamos como una relación que alguna vez fue placentera y apasionada con el paso del tiempo se convirtió en tortuosa e indiferente. Entonces, el final llega como resultado indefectible.
Mark es un crítico literario, amante de la música de Michel Legrand, un antihéroe con cierto aire a Antoine Doinel y con una carga de anacronismo que lo vuelven bastante particular. Siempre se las ingenia para rodearse de hermosas mujeres sin que podamos llegar a entender cuál es su verdadero encanto. Así nos introducimos en el mundo íntimo de Mark, que con su mirada a cámara nos hablará directamente a los ojos de las bondades y fatalidades del amor. Parece que de la tragedia siempre surge algo provechoso, entonces luego de su separación Mark decide escribir un ensayo llamado El amor dura tres años. Por un lado para hacer catarsis y por el otro para dar cátedra a sus compatriotas hombres de cómo sobrellevar ese calvario llamado matrimonio. Y nos dice: “El amor es un combate perdido desde el comienzo contra el tiempo” (mientras tipea en su computadora) para luego borrar y concluir que “el amor es un combate perdido desde el comienzo”. Claro y contundente.
Tengo que reconocer que no pensaba encontrar nada rescatable en una típica comedia romántica francesa, pero Monsieur Beigbeder logró sorprenderme y hacerme reír en unos cuantos tramos de la historia. Su relato es bastante atractivo, la mirada a cámara del protagonista genera complicidad con el espectador, nos incluye y nos atrapa. Un plano secuencia muy bien logrado entre los alter-ego del protagonista nos llama la atención y algunos pequeños detalles se destacan. Vemos, por ejemplo, una mano cubierta con un guante de goma (esos que se usan para lavar los platos) que toca la pierna de su amado, interesante metáfora para hablar de una mano completamente “deslibidinizada” ante la mirada del otro, una mano que antes erotizaba y ahora dejó de tener la calidez que antes contenía. Brillante imagen que contiene la tesis de la película, síntesis absoluta del ocaso que lleva a las parejas al precipicio.
El relato agrega un plus a la historia, que si bien es bastante básica en cuanto a la temática, tiene sus intersticios por donde podemos encontrar una mirada personal sobre el tema del “amor”.
Con referencias a otras disciplinas del arte como la literatura, la música y el cine mismo, y con una gran intertextualidad esta película deja de ser una trillada y simple historia de amor, pasatista y simpática, para convertirse en una historia ácida y hasta algo oscura sobre las relaciones de pareja. Este director se las ingenia para hacer que el final romántico que todos sabemos que vamos a ver desde el comienzo tenga una vuelta de tuerca interesante y con un cierto tono sarcástico, un mérito interesante para este género de películas.
Por otro lado, los personajes secundarios están muy bien logrados: el cura vasco que da la misa en un funeral, la dura y feminista madre de Mark, la endemoniada editora, el padre orgulloso de su potencia sexual (gracias a las bondades del Viagra) y su gran amigo negro que nos dará una sorpresa a último momento. Todos estos personajes le “pasan el trapo” a los protagonistas.
Mark no puede ni con él mismo y Alice, su espontánea y torpe enamorada tampoco. Pero como bien dice el dicho: “siempre hay un roto para un descocido” y estos dos rotos se terminan encontrando. Quién sabe si el amor realmente dure tres años, quizás esta sea una mirada bastante optimista.