Ana y Marcos (Morán, Darín) llevan muchos años juntos cuando despiden a su único hijo, que viaja a estudiar afuera. Esa marcha abre una forzosa nueva etapa, en la que todo (el departamento elegante lleno de bellos objetos, la rutina, el tiempo para estar solos) parece obligado a resignificarse. Y aunque son una pareja muy bien avenida, como se decía antes, cariñosa y capaz de divertirse, terminan por ponerle nombre a su presente -romántico e individual- y se separan. El amor menos pensado, debut como director de un largo del experimentado productor y guionista Juan Vera, es una clásica comedia de rematrimonio. Es decir, se sabe hacia dónde va y ese es su único tronco, su plot central. Todo lo que pasa en el medio de alguna manera llena, desvía, pospone esa resolución. Por eso la duración sorprende: El amor menos pensado es larga, dura bastante más de dos horas, y el resultado de esa decisión, tan aparentemente a contramano de la norma para una comedia posromántica, es interesante.
En sus peores efectos, empantana el relato, lo estira sin sentido, con situaciones y personajes que podrían no haber estado ahí sin que nada cambiara mucho. Y hacia su segunda mitad, reiterando asuntos que ya están claros, como si después de presentado cada tópico se quedara dando vueltas en torno, sobrevolando sin aterrizar. Porque la separación da paso a la liberada nueva soltería, el tramo de comedia más divertida de la película, en la que cada uno explora, encuentra y desencuentra nuevas relaciones, con picos para la desatada cita de él, vía Tinder, gentileza de Andrea Politti, o de ella con un perfumista estirado a cargo de Juan Minujín, citándose un poco a sí mismo con mucha gracia. Además, como capas organizadas en una escaleta narrativa, los amigos (Luis Rubio, un hallazgo), los padres (grandes momentos: Briski, Lapacó, Novarro) y finalmente las nuevas parejas, con más carnadura en un caso, más forzada en otro. A pesar de sus debilidades, la película funciona y se planta, sólida, como firme candidata a encontrar un público amplio, a pesar de su inteligencia y su falta de concesiones -su duración-. Tiene un buen guión, una puesta adecuada y un extraordinario casting. En el centro, Darín y Morán hacen de sus personajes dos seres humanos, reales y vivos, virtuosos y fallidos, con tanta convicción como para ponerse al hombro la historia, dure lo que dure.