Con fogonazos de humor
En El amor y otras historias, ópera prima de Alejo Flah, guionista del policial protagonizado por Ricardo Darín Séptimo y de la serie Vientos de agua, que dirigió Juan José Campanella, hay dos películas en una: la que Pablo Diuk, un escritor que editó un libro de relativo suceso y se hundió en una larga crisis creativa, guiona por pedido de un productor amigo, y la que tiene como protagonista al propio escritor en plena crisis de pareja. El encargo que recibe Diuk, interpretado por Ernesto Alterio, es claro: una comedia romántica tradicional, sin barroquismos ni experimentos, algo que sea capaz de capturar al gran público, como le reclama con claridad y sin escrúpulos el personaje que encarna Luis Luque. A medida que Diuk va elaborando el guión, una voz en off va desgranando las fórmulas de un género plagado de estereotipos que Flah pone en escena en la parte madrileña de la historia, protagonizada por dos treintañeros que también responden a los tópicos del género: son lindos, graciosos, sensibles. Pero las dificultades de la vida real del guionista, la parte porteña del film, van filtrándose en la historia de ficción, que empieza a funcionar como inquietante espejo. El primer problema que aparece en El amor y otras historias es su previsibildad: parece claro de entrada que la película irá reproduciendo una serie de lugares comunes de cientos de películas que hemos visto, y de hecho lo hace irremediablemente. El proceso de metabolización que se pone en marcha termina replicando todos los patrones conocidos y produce un resultado más cercano a la simple analogía que al pretendido homenaje. Pero aún con ese punto de partida que la limita, la historia se beneficia de una fluidez narrativa apoyada en la solidez del elenco -se lucen particularmente los que participan del relato "argentino": Alterio y Luque están ajustadísimos, y Julieta Cardinali, Mónica Antonópulos y María Alché logran delinear sus personajes con solvencia con breves apariciones- y los fogonazos de un humor que contiene dosis equilibradas de ligereza y mordacidad. No ayuda demasiado la utilización intensiva de la música, que remarca el clima de cada situación (aún decodificada como mera parodia de la receta del género, su omnipresencia puede ser irritante) y genera más de un momento cercano al lenguaje publicitario.