Románticos de manual
Una historia romántica contada por un hombre que ha quedado atrapado en los problemas del amor es la encrucijada que eligió el director y guionista Alejo Flah en El amor y otras historias. El planteo es sencillo, casi naif, y revela un ojo entrenado en películas en las que la autorreferencia, esto es, la reflexión sobre escritura y realización, pasan a primer plano, por encima de la anécdota y los personajes. La voz en off impide cualquier confusión al respecto.
Pablo Diuk (Ernesto Alterio) es guionista. Está empantanado en una historia que no logra desarrollar, mientras su vida de pareja hace agua. La futura película es la tabla de salvación para el hombre que ha decidido escribir una historia de amor convencional, con personajes que se aman de verdad y no claudican.
Alterio lleva adelante el personaje del tipo superado por la situación personal, en su casa y frente a la computadora, un melancólico que lidia con el productor (Luis Luque) mientras enfrenta a su mujer (Julieta Cardinali), con quien la convivencia es imposible.
La película transita permanentemente los dos relatos, dos mundos unidos por la voz y la voluntad del guionista (Diuk). Se destaca el trabajo de edición de Pablo Barbieri y la naturalidad con la que Diuk entra y sale de las escenas que inventa. Son nacidas de un cliché sin culpa, sin apuntes filosóficos ni psicologistas. El guionista busca la felicidad en la página que llena de abrazos, encuentros y rostros tiernos.
Alterio sostiene la película. A su lado, Julieta Cardinali compone correctamente un papel cercano al de las mujeres frustradas de las telenovelas; Luque regala humor y bipolaridad en el rol del productor especialista en promesas incumplidas y Antonópulos pasa fugazmente sembrando misterio. También María Alché pone su mirada perturbadora en el personaje de la alumna de Diuk, que también aparece en el guión cuando hace falta.
La pareja de jóvenes del guión de Diuk va y viene según el interés del autor, que les elige un romance estándar. Los españoles Marta Etura y Quim Gutiérrez son los clásicos jóvenes que el autor describe con ironía, sin trabajo ni obligaciones, siempre en el camino de la felicidad, capaces de sortear la pelea o el distanciamiento. Los ha pensado para esa felicidad que él no puede alcanzar.
La fotografía de Julián Apezteguia pasea por Buenos Aires, Madrid y París, potenciada por la dirección de arte de una veterana en el rubro, Mercedes Alfonsín, que describe ambientes y momentos sin marcas específicas. El cuento queda contado gracias a ese juego abstracto en el que, como dice Diuk, el escritor es eso "entre la vida y la obra"