Amores paralelos
La historia dentro de la historia es un recurso cuyo fin es hacer un guiño sobre la estructura misma del relato. Implementa una distancia e invita a una reflexión del espectador sobre aquello que se está contando. Pero El amor y otras historias (2014) se queda a mitad de camino, sin llegar a cambiar nada ni de una u otra historia relatada.
Pablo Diuk (Ernesto Alterio) es un escritor devenido en guionista por encargo. Escribe una comedia romántica clásica que transcurre en Madrid, mientras atraviesa conflictos con su actual pareja en Buenos Aires. La historia de amor que escribe se proyectará (en todos los sentidos de la palabra) en paralelo a su propia experiencia.
No hay que ser un genio para imaginarse lo que puede llegar a suceder: Una historia -la ficcional- se tornará realista; mientras que la otra -la real- se volverá fantástica. Esa es la idea que el film de Alejo Flah más o menos consigue desarrollar con éxito.
El problema de la película es el mismo que, paradójicamente, plantea como solución: la historia de ficción se vuelve demasiado real perdiendo su magia y encanto, mientras que la historia “real” no termina de levantar nunca vuelo hacia lo fantástico. Es decir, el doble relato hace consciente al espectador de aquello que está viendo –la construcción de la comedia romántica- pero no logra darle una vuelta de tuerca al género, e incluso, se apega a las mismas reglas que critica.
No queda claro el motivo del doble relato, no hay un aprendizaje de la función de las melosas historias de amor como por ejemplo sucedía en El crítico (2013). La historia del guionista que interpreta Ernesto Alterio cae en los mismos baches narrativos que el relato de ficción que escribe su personaje, para luego transitar –ambas historias- los trillados lugares comunes de la comedia romántica.
El amor y otras historias cumple su rol de entretenimiento placentero y pasajero, pero decae en sus intenciones reflexivas, sin ser una mirada critica sobre las comedias románticas o sus maneras de ser narradas.