Cómo hacer que la ficción sea verdad
Lo que podría haber sido una comedia romántica vacía o de pura fórmula encontró las mejores manos: personajes creíbles, buenas actuaciones y un guión consistente hacen del film un interesante ejercicio sobre los artificios que pueblan al cine.
Teniendo en cuenta el volumen de producción que se le viene dedicando, la relación del escritor con sus ficciones constituye, a esta altura, casi más que un simple tema, una serie cinematográfica entera. Se la encaró desde el terror, el policial y el fantástico (Festín desnudo, En la boca del miedo, la reciente Arrebato), pero sobre todo desde el juego metalingüístico, con casos notorios como El ladrón de orquídeas (Adaptation, 2002) y Más extraño que la ficción (Stranger tan Fiction, 2006). Ahora le toca el turno a la comedia romántica, debut en la realización de Alejo Flah, argentino con residencia en Madrid y Buenos Aires, que logró ponerse al frente de una coproducción tras desempeñarse como guionista en la miniserie Vientos de agua (J. J. Campanella, 2006) y la reciente Séptimo. Los antecedentes daban para esperar una película encorsetada por el guión pero, por el contrario, es la carga de verdad que Flah logra con un género tan artificial como la comedia romántica lo que arranca a El amor y otras historias el corsé del género. ¿Que el título es soso? Peor en España, donde por razones de “gancho” de público va a estrenarse con un título lisa y llanamente mentiroso: Sexo fácil, películas tristes.
Como El escarabajo de oro, que también se estrena esta semana, El amor y otras historias es, en buena medida, una película sobre sí misma. Claro que, a diferencia de la de Moguillansky –producción independiente en la que el realizador hace lo que quiere con el encargo inicial–, la de Flah tiene productores poderosos (Televisión Española, sobre todo) que están esperando una comedia romántica, dirigida a un público lo más masivo posible. Flah resuelve el compromiso con mucha cintura, haciendo sólo las concesiones imprescindibles y reservándose la distancia necesaria como para poder autocriticar la propia película. O el tipo de película del que se trata, para decirlo más precisamente. Esto lo logra básicamente al incluir el personaje del productor argentino, Andrés, un chantún alcohólico y mujeriego (Luis Luque, inmejorable), que transmite el pedido de la parte española: “Que Buenos Aires parezca París o Nueva York”.
¿Se parece la Buenos Aires de El amor y otras historias a París o Nueva York? Esto es, ¿despersonaliza Flah sus ambientes, apuntando al mercado internacional? No lo necesita, logrando zanjar la cuestión mediante un recurso tan sencillo como hábil y funcional: ya que la película se narra en dos planos (uno es el del guionista intentando llevar adelante el encargo, el otro el de la película que va escribiendo), el segundo plano transcurre en Madrid, y listo. Allí tiene lugar una comedia romántica clásica, que incluso empieza anticipando su final (el más clásico o cliché que pueda imaginarse) y que está protagonizada por una perfecta pareja de comedia romántica, encarnada por los lindos, sexies y buenos Quim Gutiérrez y Marta Etura (ambos de mucha proyección en su país; ella vista en Lo imposible). El es diseñador de sitios web, ella bailarina. Se conocen por casualidad, pegan buena onda, se gustan, se enamoran, follan, se pelean... etcétera.
En el “primer plano” del relato, la historia de Pablo Diuk, escritor y guionista que no atraviesa precisamente su mejor momento (Ernesto Alterio, magnífico). En este caso, otro clásico: sus buenas novelas son un mero recuerdo, hace rato que no puede escribir nada, recurre al guión para hacer unos pesos y, sobre todo, su pareja con Valeria (una castaña e impecable Julieta Cardinali) atraviesa una fase terminal. ¿Podrá escribir una comedia romántica en ese estado? Si lo hace, ¿será muestra de la falsedad del cine? ¿O tal vez sea posible disociarse y lograr una suerte de vampirismo inverso, por el cual el espíritu de la obra contamina a quien la escribe? No son preguntas que descubran la cuadratura del círculo, pero todo aquel que escriba (o produzca cualquier forma de creación) sabe que son pertinentes.
De todos modos, la clave de que El amor y otras historias funcione no reside tanto allí como, tal como se dijo antes, en la capacidad para transmutar artificio en sensación de verdad, sin que el artificio deje de serlo (que no haya en toda la película una sola chica que no sea linda, por ejemplo). Ese logro tiene que ver en parte con el tacto puesto por Flah a la hora de abordar los clichés más inevitables (en algún caso exponiéndolos, en otros evitándolos, sólo en uno, clave, generando una sensación de “¿hacía falta?”) y, sobre todo, en la vida propia que tienen sus personajes. En algún caso es cuestión de ángel o de aura (Gutiérrez, Etura) y en otros (Alterio, Cardinali, Luque, Mónica Antonópulos en el personaje más “sacado de la galera”), de volumen, que permite trascender el mero carácter de “funciones” al servicio de la trama. Compárese con los muñequitos móviles de Magia a la luz de la luna y se verá la diferencia.