Sumas que restan
La estructura de las películas románticas, sus mecanismos, convenciones, personajes habituales y herramientas genéricas, ya son muy conocidas, incluso hasta por espectadores no del todo experimentados. El amor y otras historias es una película muy consciente de esto -quizás demasiado-, juega con eso y lo utiliza como motor para su premisa. De ahí que en el film se monten dos relatos cuyos propósitos incluyen la interacción y la retroalimentación, aunque el desarrollo del metraje irá evidenciando que esos cruces y paralelismos no se dan con la fluidez esperada y necesaria.
El film escrito y dirigido por Alejo Flah se centra en Pablo Diuk (Ernesto Alterio), un escritor que también se dedica a la docencia en la Facultad de Filosofía y Letras, al que un amigo productor (Luis Luque) le encarga escribir un guión para una comedia romántica. Es entonces cuando comienza a desarrollarse la ficción dentro de la ficción, en la que se cuenta la historia de amor entre Marina (Marta Etura) y Víctor (Quim Gutiérrez). Pero claro, el problema pasa a ser que es muy difícil para Pablo narrar ese romance cuando su propia vida amorosa se está yendo al tacho, ya que la relación con su pareja (Julieta Cardinali) está en el medio de una crisis terminal, lo que también lo lleva a repreguntarse qué ha hecho y qué debe hacer con otros aspectos de su vida, como la parte profesional. Hay en ese planteo una colisión, un choque entre realidades que no termina de ser resuelto apropiadamente: la voz en off de Pablo baja línea a cada rato sobre los artificios de la comedia romántica, sus mecanismos para capturar la atención del espectador y generar empatía con lo que pasa en pantalla -el encuentro inicial de los protagonistas que siempre es en una librería, los típicos obstáculos que enfrenta la pareja, el círculo de amigos que los rodean y un largo etcétera-, que lleva inevitablemente a que esa ficción inventada por Pablo no sume a la reflexión acerca del amor, sino que reste. Y es que da para preguntarse no sólo qué le aporta al espectador esa ficción que evidencia permanentemente sus construcciones, distanciándose de toda empatía posible, sino también a esa otra realidad ficcional que habita Pablo, ese escritor con sus dilemas respecto al amor, los vínculos de pareja y su profesión.
Porque lo cierto es que Pablo es un personaje que consigue atraer a pesar de su parquedad, especialmente gracias a la performance de Ernesto Alterio, quien ha hecho un camino opuesto al de su padre, haciendo de la falta de histrionismo una virtud. Allí, El amor y otras historias se permite fluir con menos distanciamiento y mayor cariño por los personajes, sin preocuparse tanto por mostrarse autoconsciente. Aún así, se impone la sensación de que varios roles de reparto, como los de Luque, Cardinali y Mónica Antonópulos -quien interpreta a un viejo amor de Pablo que reaparece en su vida, sacudiéndole la estantería-, merecían un mayor desarrollo, más espacio en el relato y minutos en el metraje, porque en ellos se notaba una inclinación a salir de algunas convenciones narrativas -e incluso sociales- con cierta sutileza, sin necesidad de remarcar todo. ¿En dónde están esos minutos perdidos? En la historia de Marina y Víctor, que jamás adquiere la fuerza suficiente y entorpece el conflicto central, el verdaderamente importante, que es el de Pablo.
El amor y otras historias es una película con una estructura narrativa ambiciosa pero que se muerde la cola. Lo que tendría que sumar termina restando y lo que queda es un film que amaga con ser una profunda reflexión sobre el imaginario romántico, pero que se queda en la superficie, incluso repitiendo las convenciones que se proponía deconstruir.