Versión libre y suavizada de un asesino despiadado que dejó sangrientos rastros a comienzos de los setenta. Luis Ortega esta vez ha eludido la reconstrucción de hechos reales, algo que tanto le sirvió para su serie sobre los Puccio. Aquí dejó a un lado lo estrictamente documental para poder contar una historia terrible con más extravagancia que rigor. Lo policial está allí, pero siempre como un telón de fondo. Lo que al film le importa es el personaje, rondar el alma de este ángel perverso, preguntarse cómo un chico de barrio, hijo de gente de trabajo, un día se abraza al horror y allí sigue.
Seguramente sea un plato fuerte de un cine nacional que se acerca al gran público”.
El debutante Lorenzo Ferro tiene un parecido notable con Robledo Puch, pero no es un buen actor y se nota. Salvo el Chino Darín, nadie brilla a la altura de sus antecedentes.
Cuidada y artificiosa, a la película le falta intensidad y fluidez, pero logra sostener el interés por su cuidada ambientación y porque mal o bien todos saben que de manera explícita o elusiva está allí Robledo Puch, un tipo siniestro, inacabado, triste y desalmado.
El film renuncia a lo policial para ir en busca de un muchacho que es puro instinto, que no tiene definido ni su rumbo ni se sexualidad, que alimenta su vida con desafíos repentinos y alocados y que desde la primera escena invoca a la libertad como único motor para una maldad que no mide sus alcancen ni sus consecuencias, que mata porque si, casi como una ofrenda a la nada.
Con semejante material se extraña la falta de profundidad y fuerza de una puesta algo ceremoniosa, con algunas escenas hogareñas tan recitadas que parecen herencia del cine argentino de los 50. Hasta los actores (Morán, Roth) parecen irse destiñendo para poder darle más relevancia a este ángel maldito, más una víctima que un criminal.
Extravagante a veces, inverosímil casi siempre, cuidada siempre, bien ambientada y bien contada, “El Angel” seguramente será uno de los platos fuertes de un cine nacional que se acerca al gran público.