El ángel encantador
El argentino estereotípico tiene un par de características muy sobresalientes. Una de ellas, alimentada por ciertas posturas políticas en los orígenes de nuestra Nación, es la tendencia a mirar hacia afuera. Todo lo que provenga del exterior, en ese entonces de Europa, hoy de Estados Unidos, es superior a lo que surge de nuestra propia tierra. El Ángel refuta estos postulados por partida doble: a través de una película de calidad cuenta una historia inspirada por la vida de Carlos Robledo Puch, el asesino más despiadado de nuestra historia.
Carlitos (Lorenzo Ferro) pasa sus tardes metiéndose a casas vacías, robando las cosas que le gustan y diciéndole a sus padres que se las prestaron. Entra a un nuevo colegio donde conoce a Ramón (Chino Darín) y, tras un primer altercado, se hacen inseparables. El padre de Ramón, involucrado en delitos menores, ve el potencial del chico y decide sumarlo a sus golpes, que se van haciendo cada vez más peligrosos.
Robledo Puch es una personalidad atrapante. Con menos de veinte años ya tenía las manos manchadas con sangre de once muertes. Con decir que es atrapante me refiero a que es una personalidad destacable en la historia de nuestra criminología, que cuenta con otras figuras de relevancia. No olvidar a Arquímedes Puccio que ya “estuvo de moda” con las dos versiones de El Clan (la televisiva también producida por Underground Trasmedia y la cinematográfica a cargo de Pablo Trapero, con ese Francella inolvidable). Con esto queda confirmado el primero de mis postulados: tenemos personajes enormes a nivel dramático para llevar a la pantalla, y una película anclada en nuestra idiosincrasia no se trata de gente tomando mate y diciendo “che boludo”. El mismo Luis Ortega comentó en la conferencia de prensa que algunas actitudes de Carlos para con su compañero Ramón le dieron la pauta que el jovencito estaba enamorado de él: otra vuelta de tuerca que hace la psicología del ángel más interesante aún.
Sobre la parte formal hay dos puntos a remarcar para destacar a qué hago referencia al decir que es “una película de calidad”. En primer lugar, la tensión de las miradas. Carlitos es magnético. Por su belleza, su carisma y su aparente inocencia no podés dejar de mirarlo cuando recién aparece. Esta sensación se replica en el resto de los personajes. Ortega no escatima en planos cerrados para mostrar estas miradas cruzadas, que reflejan desde fascinación y admiración hasta deseo sexual. Es destacable también que no hay un abuso del recurso. Cuando los vínculos quedan establecidos, la cámara elige empezar a mostrar otras cosas, pero a esa altura el espectador ya está tan embelesado con el joven como el resto de los personajes. El otro factor es la musicalización. Si bien hubo una delimitación temporal a la hora de elegir la banda sonora y se incluye un pequeño homenaje a Palito Ortega, las canciones no solo acompañan la banda imagen de modo rítmico, sino que también sus letras otorgan un plus de sentido (googleen la letra de “El extraño de pelo largo”, por ejemplo).
Párrafo aparte y ya para dar un cierre: Lorenzo Ferro. El desafío era enorme. Debutar en cine con un protagónico en una propuesta de primer nivel. El papel requiere muchos matices. Carlitos pasa de la euforia a la ira, con una mirada que desborda una ingenuidad que su mente no tiene. El proponer los asaltos como un juego pone de manifiesto el nivel de desparpajo e inconsciencia de Robledo Puch, ligado a un proceder macabro, sin ningún tipo de empatía por el prójimo. Esto se ve reforzado además por un corrimiento en la vieja relación “lo lindo es bueno y lo feo es malo”. Ninguno de los personajes vinculados al mundo del delito podría ser considerado “feo”. Ninguno cumple con el estereotipo. Lejos de estilizar o querer dar una imagen romántica del mundo del delito, Ortega juega con la dicotomía generada por el caso real. ¿Cómo un chico tan jovencito y tan bonito puede ser así de sádico? Responder con creces a esa disyuntiva es la magia de El Ángel.