“Matar al dragón” retoma un relato fantástico, de cuento de hadas; esos cuentos que de grandes nos fuimos dando cuenta que eran mucho más rebuscados y oscuros que lo que parecían en un principio. Arranca con una excelente animación que nos cuenta el destino de la última bruja que habitó esas tierras y que permanece como subtexto a lo largo de toda la trama.
Las furias es uno de los estrenos de este jueves en cine.ar, y está dirigida por Tamae Garateguy sobre una idea de Guadalupe Docampo y Nicolas Goldschmidt. Cuenta la historia de Lourdes y Leónidas, quienes llevan adelante su romance a pesar de las muchas complicaciones alrededor. Y esta sinopsis amarreta podría aplicar a muchísimas películas pero, al menos en la cinematografía argentina, Las furias es una película única. Lo primero que me encantó fue su honestidad. Promete desde el afiche una fuerza y una contundencia que mantiene a lo largo de toda la trama y logra dejar al espectador sin aliento por su intensidad más de una vez. Se apoya en dos excelentes actuaciones protagónicas y un abanico de personajes secundarios que, además, están construídos desde lo humano, con intereses propios de diferentes orígenes. En lo personal le había perdido el rastro a Nico Goldschmidt, y realmente me sorprendió su Leónidas tan real, por momentos con una presencia tan fuerte y de a ratos rápido y silencioso. Al resto del elenco, también impecables, estoy más acostumbrada a verlos...y acá hay una cosa con las actuaciones que quiero destacar. Son las actuaciones que siempre le reclamamos al cine. No es sólo manejar la voz a la hora de decir los textos. Hay un trabajo gestual y corporal que, ademas de crear personajes absolutamente creíbles, logra transmitir el compromiso de los actores con el proyecto. Hay por ejemplo planos de pies caminando. ¿Y me creen si les digo que esos pies actúan? Desde lo temático retrata polaridades y "grietas" sin estereotiparlas o acartonarlas, lo que construye un mundo humano, tangible, que nos posee múltiples aristas de la cual alguna (o algunas) te termina interpelando: legados y secretos familiares, tradiciones, conflictos políticos o de poder. En vista de esto, sí, se podría decir que "es como Romeo y Julieta", pero creo que acá la diferencia de clases sociales hace al relato aún más interesante. No hay una rivalidad horizontal o dentro de una misma clase entre ambas familias como en la obra de Shakespeare, hay un vínculo mucho más complejo e intrincado. Vínculo que es mencionado lo justo y necesario, pero en esa sutileza radica la fuerza: no se pierde (ni en este punto ni en otro) en sobreexplicaciones innecesarias, lo cual hace que el espectador no se sienta subestimado. Y se agradece cuando una película trata a quien la ve con altura y respeto. Hay una secuencia, vinculada a una revelación (no voy a spoilear) que va más por el lado surrealista, onírico. Si bien el film tiene una narración no lineal, esta secuencia puntual es la que más explota el costado fantástico. Y la menciono porque creo que confirma una hipótesis que tengo hace rato: este cambio de código funciona de maravilla cuando es puesto al servicio de la implicación que tenés con los personajes y estas metido con ellos en medio de la tormenta de emociones que atraviesan, cosa que no sucede cuando se utiliza el recurso en propuestas con faltas pretensiones intelectuales y uno termina diciendo "¿pero qué carajos acabo de ver?". Otro elemento que, sin lugar a dudas, apuntala la honestidad y el sentimiento de Las furias. Fuerte, genuina, honesta, probablemente se acomode con facilidad entre lo mejor de este 2020. Veanla, está gratis en cine.ar
Respira: el terror de lo cotidiano en el campo Leonardo (Lautaro Delgado) es un piloto comercial que fue despedido por agarrarse a trompadas en el trabajo. El hecho lo afectó mucho más de lo que reconoce: es su esposa Leticia (Sofia Gala) quien lo encuentra deprimido y desmoralizado, y establece un contacto para que consiga un trabajo como fumigador aéreo en el campo, en un pueblo llamado El Remanso. Deciden trasladarse a vivir allí acompañados de su pequeño hijo, y con una naturalidad aterradora se topan con diferentes indicios que todo saldrá mal: un hombre en la estación de servicio (Nicolas Pauls) les advierte que se marchen, los teléfonos pierden señal, el capataz (Daniel Valenzuela) es una figura tan machista como intimidante… Respira es una propuesta que puede abordarse y disfrutarse desde muchos puntos de vista. En primer lugar, porque cuando se adentra en las sensaciones de la familia protagónica logra momentos de mucha tensión, asfixiantes. Son “los otros”, los visitantes, los que no saben en quién confiar, y no se trata de que les recomienden una panadería, se trata de sobrevivir. Los personajes que pueblan el ambiente rural son extraños, por momentos se vuelven amenazantes, y encarnan dos bandos enfrentados: el que quiere proseguir con las fumigaciones, y el que se ha visto afectado por ellas. Este es el segundo eje de la trama, que permite vincularla con Naturaleza Muerta y en menor medida con Hipersomnia, obras anteriores de Grieco: cómo se vincula la humanidad con la ecología, cómo en función de beneficios o “necesidades” propias rompe equilibrios que estaban dados con anterioridad y cómo, eventualmente, el restablecimiento del orden en la vida de los personajes conlleva una misión más grande. Otra veta temática que podemos encontrar, y en la cual indagan películas recientes como La sabiduría (2019, Pinto), es qué pasa cuando los que deben protegerte no lo hacen. El comisario del pueblo, encarnado por Gerardo Romano, da más miedo que confianza, y simboliza a toda una institución cuya puerta es difícil de tocar por temor a “destapar la olla”, a pasar a ser un falso victimario en lugar de una víctima real. Ustedes me entienden. Todo está sobrevolado por la noción de “drama rural”, que pone en primer plano problemas reales que sufre gente real que vive alejada de las ciudades. En las épocas de nuestro cine clásico una serie de propuestas desnudaban, en tono melodramático más que nada, problemas relacionados con la explotación laboral y la falta de oportunidades. Hoy día, otras producciones (como las mencionadas La Sabiduría y Naturaleza Muerta por ejemplo) retoman estas problemáticas locales y exponen a ellas a personajes extranjeros, que pueden o no salir victoriosos, incluyendo elementos de suspenso y terror. Sin embargo, lo más destacable (o lo que más me gustó a mí), fue la construcción y el desarrollo del personaje del capataz. Es un tipo abiertamente machista, que atosiga a Leticia ostentando viejos valores patriarcales sobre qué debe o no hacer ella como esposa y mujer. Está hilvanado con una sutileza que lo hace ver vetusto, obsoleto, que lo coloca en un lugar paródico pero sin perder el hilo de “seriedad” que todo buen thriller debe seguir. Está a punto de causar gracia muchas veces, pero nunca lo hace: da paso a la amenaza, a lo intimidante, a la maldad. Estén atentos a las salas donde pueden verla, y no se olviden que la concurrencia de público el primer fin de semana es fundamental para la permanencia en cartel de las películas argentinas.
Emilia tiene su rutina establecida: trabaja como psiquiatra en un hospital de Buenos Aires, y sus máximos sobresaltos pasan por recibir, quizás, el ataque de algún paciente. Jorge, el padre de su mejor amiga, fallecida hace unos años, se acerca a buscarla con un pedido sencillo, pero doloroso. Deben exhumar los restos y cremarlos porque venció el tiempo que podía estar enterrada, y quiere que Emilia lo acompañe. Ella acomoda sus cosas y emprende el viaje a ese pueblo del sur que la vió crecer. La experiencia será más dolorosa de lo que suponía. “La muerte no existe y el amor tampoco” puede englobarse dentro los relatos que se centran en una anécdota intimista, pequeña, de esas de las que no depende el destino de la humanidad pero resultan cruciales para el microcosmos del personaje, y se encuentran vinculados directamente con un viaje al lugar de origen. Emilia es un personaje que no parece de entrada muy conectado con la realidad, muy interesado por nada, rozando lo autómata. Lo importante aquí es el cambio que opera el viaje en ella. Cambio que es narrado con énfasis en las pausas pero a la vez elidiendo momentos insignificantes de su estadía y con la presencia constante, a veces siniestra, a veces dolorosa, pero siempre fantasmal de su amiga fallecida. Justamente, como podemos reconocer una especie de patrón de relato en la historia, si no empatizamos con su protagonista nos quedamos absolutamente afuera de todo. La actuación de Antonella Saldicco es destacable y ayuda a que la película cumpla su cometido. No podemos dejar de mencionar al enorme Osmar Nuñez, interpretando a Jorge, un hombre que quiere mostrarse entero por fuera pero no tiene herramientas para terminar de ocultar lo roto que está por dentro. Basada en “Agosto”, una novela de Romina Paula, y dirigida por Fernando Salem (Como funcionan casi todas las cosas) se constituye entonces como un viaje, primero físico y luego interno, pero Emilia no termina descubriendo nada sobre ella misma. Lo que se le revela es que ninguno de los mitos en los que creemos son ciertos, que nada de lo que nos rodea es tan real como parece, que la muerte no existe, y el amor tampoco.
La rutina de Jesús y María José, que no es más que mirar la televisión y no tener contacto con el mundo exterior, se ve interrumpida con la llegada de Magdalena, su media hermana por parte del padre. Instalada en España, regresa solamente para tramitar la sucesión y quedarse con la parte de la casa que corresponde, sin tener en cuenta que sus hermanos, quienes en efecto aún viven en ese lugar, podrían no estar de acuerdo. El clima introductorio del reencuentro, que se refuerza con encuadres simétricos, una paleta de colores entre sepia y marrón cuidada hasta el máximo detalle y movimientos de cámara armónicos en extremo, se ve interrumpido con una acción concreta. Cuando se están despidiendo, bajo la promesa de tasar la propiedad al día siguiente, Magdalena cae por las escaleras, en una secuencia que dilata gracias al montaje el tiempo de caída. Pero, ¿cae o la empujaron? Este punto de quiebre da lugar a la más absoluta de las incertidumbres, eje sobre el cual se estructurará toda la trama. Magdalena queda postrada, al cuidado de los dueños de casa, y se juega de modo sutil al principio hasta hacerlo evidente más adelante, las intenciones de éstos. ¿Realmente quieren que se recupere? Si bien Jesús y María José actúan en conjunto, el movimiento de a dos se torna complicado. Ambos van cambiando sus intenciones inmediatas sin previo aviso y sin motivo o se pelean entre ellos, generando un patrón de comportamiento errático. Y eso, entre otras cosas, es lo que sume a “Piedra, papel y tijera” en lo más siniestro: Magdalena está postrada, incomunicada, y expuesta a la voluntad de dos personas en las que no puede confiar de ninguna manera. Emparentada con un gran corpus de películas que inmovilizan al protagonista y lo dejan expuesto a peligros más o menos concretos, la propuesta logra poner al espectador en el lugar de la lisiada (al mejor estilo de La ventana indiscreta, por citar un ejemplo) y generar un juego especular donde ella no puede moverse, y uno tampoco, porque queda absolutamente atrapado por la trama. El espectador sólo puede ver, sin interferir en el destino de los personajes…y en este caso ellos tampoco parecen tener posibilidad de elección sobre el propio. Otro tópico fundamental es el de la casa, el hogar, el lugar de pertenencia. En lo que a arte y vestuario respecta, Jesús y María José aparecen emparentados con el entorno de inmediato, como si fueran parte de la decoración. Magdalena aparece como un elemento sutilmente extraño, pero de a poco se va también mimetizando, a medida que su propia cordura se va quebrando y se acerca al nivel de desequilibrio de los otros dos. Esta locura no se manifiesta con excesos corporales sino todo lo contrario, con lo que logra meterse de lleno en lo perverso. Las actuaciones de Valeria Giorcelli y Pablo Sigal, que por momentos rozan lo autómata, y la degradación del personaje interpretado por Agustina Cerviño son por demás destacables. Pregunta inevitable: ¿Cuán bien de la cabeza pueden estar dos personas obsesionadas con El mago de Oz? La elección de la película que miran e imitan Jesus y María José a lo largo de la trama tampoco es azarosa. Uno al principio (o al menos quien suscribe) toma la hipótesis de que las dos brujas enfrentadas esconden algún tipo de simbolismo o vaticinio, y piensa que la trama irá en ese sentido. Pero no: Macarena Garcia Lenzi y Martin Blousson, sus directores, nos engañan varias veces. El tópico del clásico de Hollywood que tiene mayor preponderancia es otro. Pero eso descúbranlo ustedes, yo ya les conté mucho. Y por si no quedó claro, porque la reseña no puede construir incertidumbre como lo hace la peli con maestría: véanla.
En su momento, Hereditary no me había fascinado. Supe disfrutar de la historia, de algunos recursos visuales y empaticé con sus personajes, pero no para tatuármela en el pecho. Sin embargo, me despertó una especie de atención hacia su director, Ari Aster, y quedé a la espera de su próximo proyecto. Lo poco que había visto de Midsommar antes de ver la película completa me había generado una expectativa importante. Y enfrentarme a sus dos horas y media de duración fue todo dolor y frustración. Primero lo primero: visualmente tiene una identidad única, y una búsqueda estética muy marcada, que intenta, a través de la composición de los encuadres, la paleta de colores y los movimientos de cámara, salirse del estándar y lograr un producto (por llamarlo de alguna forma) más elaborado. Ahora bien, y acá entramos exclusivamente en el campo de mi apreciación personal (porque qué es una crítica o reseña sino una opinión más o menos sustentada teóricamente), toda esa parafernalia no soporta nada, y se siente como un capricho. Se me hizo imposible empatizar con alguno de los personajes, nunca pude sentir ni intriga por qué les iba a pasar, ni incomodidad por estar rodeados de extraños en un lugar que les es ajeno, ni preocupación por los vínculos entre ellos mismos. Es decir: la película cuenta la experiencia de un grupo de amigos estadounidenses compartiendo una celebración (Midsommar, que se festeja cada 90 años) en una aldea alejada de Suecia. Salvo algunas pequeñas cosas de la trama, que no son resueltas, explicadas o desarrolladas, me daba igual lo que pasara. Sentí dos horas y media de ver colores y formas a través de un caleidoscopio, y la lentitud o banalidad de la trama no es lo que más me enoja. Lo que me fastidia es que no me movió un pelo nada, nunca. Nada me incomodó, me molestó, me dió miedo, risa. Nada. Si: se reconocer en qué momentos el director intentó movilizar al espectador. Pero, insisto, una crítica es una valoración personal, y cada segundo que corría sentía que estaba perdiendo el tiempo. Entonces, ante la impotencia de tener mi vida en pausa sin recibir nada a cambio, empezaron a surgir preguntas. ¿Qué es el cine? ¿Qué es lo que esperamos cuando nos sentamos a ver una película? ¿Que nos cuenten una historia, que nos muestren imágenes inolvidables, que nos generen sensaciones? A excepción de algunos frames icónicos que de seguro recordaré mucho tiempo, Midosmmar no me dio nada de eso. No digo que no la vean, que es una basura, que Aster no pise un set nunca más. Digo que eso, para mi, no es cine: no me da nada de lo que espero de una película. Aguante Rambo.
Parece ser que, tras un accidente de tránsito, Lorenzo (Federico Bal) deja su vocación de escritor para convertirse en detective. Investiga, sin mucha suerte al principio, una serie de crímenes. El destino cambia cuando conoce a Caterina, una monja que se adjudica los asesinatos, dándole información que sólo alguien que estuvo en el momento en que se perpetraban podría tener. Empiezo la reseña con “parece ser que” porque en Crimenes imposibles las apariencias no son de fiar. Empezando por su protagonista. Fede Bal logra despegarse por completo del personaje mediático y componer un detective sólido y creíble, incluso con cambios a su look habitual. Lo apuntala en ese sentido la ya experimentada en cine de género Sofia del Tuffo (Luciferina), que le da cuerpo a la misteriosa y por momentos ambigua monja. El argumento tiene un par de vueltas de tuerca que, como siempre, resultan más o menos sorpresivos de acuerdo al bagaje que tenga el espectador. En este caso, cuanto menos sepas de cine mejor, porque algunas fórmulas pueden identificarse enseguida y reducir el impacto del final. A pesar de ser una producción que contó con cierto presupuesto, quiero decir que no es autogestionada, por momentos algunas ambientaciones se ven despojadas, quizás improvisadas o resueltas con desgano. Entonces, determinados elementos que vaticinan qué es lo que está pasando en realidad quedan demasiado en evidencia, y como decía antes, si lo que se plantea es un final sorpresivo y el espectador puede deducirlo por anticipado gran parte de la construcción general pierde efecto. Sin embargo, esto no repercute en gran escala en el apartado visual, que se construye con mesura y sobriedad, sin abusar de efectos generados en post producción. Y ya que vengo repasando los puntos flojos, podemos sumar en la balanza algunas líneas de diálogos que se notan muy acartonadas, y son una pena porque hay un delineado de personajes interesante, que desarrollaré luego, pero que se resiente un poco ante algunas frases poco naturales. Pero, que el árbol no tape al bosque: el regreso de Hernan Flinding a la dirección supone una película que genera ambientes de ensoñación y confusión muy interesantes, además de tener la capacidad de poner en boca de los personajes una serie de dilemas éticos y morales que son un plus. No hay que menospreciar cuando nos proponen pensar en algo más grande que la trama, y aquí se da una linda posibilidad. La película es más que una historia sobre posesiones, visiones y crímenes inexplicables, y lo logra gracias a la profundidad de sus personajes. Tanto Lorenzo como Caterina son criaturas ambiguas, con contradicciones, que muchas veces están perdidos y no tienen en claro dónde depositar su fe, pero estos grises son lo suficientemente sutiles como para mantener su construcción dentro de lo que podemos denominar como personajes clásicos. No hay buenos, no hay malos, hay seres complejos que se asemejan mucho a la realidad. Y es en este sentido que quizás estamos más cerca de un drama que una producción anclada firmemente en el género: más allá de la extrañeza del ambiente general y el terror psicológico que genera por momentos, falla cuando se propone de modo deliberado asustar. Y falla porque recurre al jumpscare. Sin embargo, hay tantas películas que abusan de este recurso y ni siquiera esbozan una historia, esta es también una falla que podemos pasar por alto. Crímenes imposibles es un poco como sus propios personajes: a priori y por prejuicio uno puede ubicarla dentro de las películas que no vería. Pero, si se entra en clima y se sumerge de lleno en el universo, el resultado es satisfactorio.
La ópera prima de Nicolas Galvagno nos sitúa en el interior del país en plena dictadura para contarnos la historia de un hombre que vive fuera de la ley, pero ostenta una conciencia de clase envidiable. Poco sabemos de Isidoro (Lautaro Delgado), de su vida, su pasado y sus motivaciones. Pero es justamente eso lo que lo hace un personaje magnético. Delincuente elevado a la categoría de mito, apodado “pistolero”, que roba a los ricos pero es piadoso con los pobres y comparte su botín con ellos, se hace una presa difícil de cazar por las fuerzas policiales, pues cuenta con el apoyo del pueblo que al verlo como un héroe nunca lo delataría. La trama oscila entre diferentes robos, cada vez más grandes y complejos, el esfuerzo del comisario local (Juan Palomino) por encontrarlo y una historia de amor con Sofia (Maria Abadi) una maestra recién llegada de Buenos Aires, vínculo que también sirve para hablar sobre la alfabetización de los adultos. Es una película de presupuesto reducido que, sin embargo, muestra una prolijidad constante en lo que a fotografía y arte respecta, teniendo este último campo que afrontar el desafío de realizar una reconstrucción de época y rural. Y, además de esto, el gran punto a su favor son las actuaciones: sorprende un debutante Sergio Maravilla Martinez y Diego Cremonesi la rompe, pero a esta altura su versatilidad no es ninguna novedad. Que se trate de una película de “ladrones y policías” no significa que vaya a los palos sino que, por el contrario, retoma el ritmo más lento y contemplativo de algunos westerns, ritmo que propicia la reflexión. Se nota que detrás de la propuesta hay una intención crítica para con las decisiones morales: quien es el bueno, quién es el malo, en caso de haber buenos o malos, lo mismo con lo correcto o lo incorrecto. Y este es el cine que en definitiva queremos ¿no? Que nos cuenten una historia, nos presenten personajes interesantes y nos dejen pensando, sin ser un embole, por supuesto. Si la cruzan por ahí en circuitos festivaleros no la dejen pasar. Por Ayi Turzi
Luis Peñafiel, un escritor de renombre, parece haber resuelto uno de los "imposibles" de la literatura policial: un crimen cometido en una habitación cerrada por dentro. Durante una convención de literatura comparte el final de su novela con Gregorio Lupus, un joven escritor obsesionado con encontrar el mejor final para su próximo trabajo, y con el crítico literario Edgar Dupuin, una especie de Polino detestable. El tema es que Dupuin aparece muerto, y su muerte parece calcada de ese final que Peñafiel le había compartido. Grabada en un prolijo blanco y negro y recuperando la voz over de los detectives de las narraciones clásicas, Punto Muerto es una propuesta innovadora, con una marcada búsqueda autoral que se aleja de los trabajos anteriores de su director Daniel de la Vega (Ataúd Blanco, Necrofobia). Aborda el género conociendo sus convenciones y sus ritmos, y logra algo que muchas veces es difícil: manifestar amor por la literatura y el cine policial sin generar un texto por demás cerrado, que deja afuera a los espectadores que no son eruditos en la materia. Todo lo que toma Punto Muerto de sus predecesoras (y no hablo de ninguna película en particular, sino del corpus global del género) lo pone al servicio de contar una historia sólida, que desarrolla todos sus elementos y no depende de lo que pueda saber o no de policiales quien la está mirando. La otra gran pata en la que se apoya la solidez de la película son sus actuaciones: la tríada protagonista (Osmar Nuñez, Rodrigo Guirao Diaz y Luciano Cáceres) tiene muy buena química, ritmo en sus diálogos y naturalidad en sus interacciones, lo que se complementa con la sobriedad y el halo de misterio que aporta Natalia Lobo. Punto Muerto reúne y amalgama con equilibrio todos los elementos necesarios como para convertirse en una película que emula un canon genérico pero a pesar de eso es fresca y novedosa.
Joker estrenó hace casi una semana. Hasta la gente que va al cine cada muerte de obispo hizo algún tipo de reseña, opinión o comentario en redes sociales. Así que, en plena conciencia de la saturación de reflexiones sobre la película que tienen todos los usuarios de internet, hago la reseña igual. ¿Por qué? Porque vivimos en una sociedad. Elijo arrancar con un chiste malo porque parte de la composición del personaje propuesto por Phillips e interpretado con una precisión asombrosa por Phoenix tiene que ver con eso. Arthur Fleck es un personaje gris y mediocre, a quien convencieron que había nacido para hacer reír y persigue ese objetivo casi enceguecido. Ahora bien, si estuviésemos hablando de un ser de luz, perseverante, lleno de bondad, que quiere cumplir sus sueños, Joker sería una película tontona más. Lo interesante es que justamente se planta en la vereda de enfrente. Arthur no es un ser del bien. Es una criatura oscura, deformada por la sociedad y por sus propios trastornos mentales. Es interesante detenerse sobre este punto. Joker no plantea al enfermo psiquiátrico como un monstruo per sé. Lo dibuja como alguien con una condición que puede mejorar con contención y ayuda, pero que cae en su propio pozo oscuro por encontrarse solo y desamparado. Arthur comienza su periplo con una asistente médica y estando (quizás muy) medicado. Un ajuste estatal desmantela el sistema que podía ayudarlo y, sumado a otros hechos fortuitos, el personaje no solo se sume en la locura, sino que arrastra a muchísimos más con él. El hundimiento del personaje en su propia locura está dado por una serie de hechos y revelaciones que sentimos espesas, pero en realidad están perfectamente equilibradas. Si alguno de los problemas eran más grandes o alguna de sus obsesiones más profundas, la película se pasaba para la parodia o para el melodrama. Y no lo hace: sabe explotar aquello que es doloroso, oscuro o dramático al límite, pero sin pasar nunca sus propias fronteras. Muchos se sorprenden de la capacidad de Todd Phillips de construir un mundo tan angustiante, lo suficientemente pequeño como para albergar los vaivenes emocionales de su protagonista pero a la vez tan amplio como para permitir que nos sumerjamos en él y salgamos llenos de angustia. La sorpresa pasa por el historial de comedias que comprende su filmografía. Y acá es donde radica una de las tantas lecciones que nos da la película: los prejuicios en el orto :) Lo mismo que noté en esta suerte de ola de críticas es la catalogación como “obra maestra”. Pocas veces gran parte del público está de acuerdo en un concepto tan preciso. Y creo que lo hacen porque, efectivamente, Joker tiene una potencia que la posiciona como tal. No solo la narración de la caída del antihéroe (o de su nuevo inicio) es fuerte y profunda, también lo son todos los elementos de la puesta (¡esas paletas de colores por favor!) y el mensaje que deja. Porque muchas veces (y repito algo que digo demasiado seguido) vemos una película de alto impacto visual, pero salimos de la sala pensando en qué vamos a comer. Con la obra de Phillips uno deja la sala perturbado, desolado, pensando en lo solo que está y en lo loco que puede volverse. Leí, en este alud de apreciaciones, que el error más grande de Joker es generar empatía con un personaje que nunca se pretendió empático con nadie. Desconozco en profundidad las intenciones del personaje original, pero creo que la versión fílmica no apunta a que uno se identifique con él: hace una translación de identidad un poco más compleja y profunda, donde uno termina reconociendo en él falencias propias, pero no queriendo ser cómo él, sino temiendo seguir su camino. No se empatiza en todo caso, desde el querer ser: la identificación pasa por el temer ser, Y por esta vuelta de tuerca en la intención es que se convierte en una película necesaria, te gusten o no los cómics, conozcas o no a los personajes. Si: obra maestra. Obra maestra popular, sin caer en simbolismos o referencias para público snob o especializado. Por más Jokers para el pueblo y menos pavadas pseudo lyncheanas.