Luis Ortega, uno de los directores jóvenes más talentosos tomó como inspiración al asesino serial más terrible, cruel y el preso más longevo de la historia argentina. Pero con inteligencia, si bien se basó en la investigación periodística de Rodolfo Palacios sobre Carlos Robledo Puch, escribió con él y con Sergio Olguín un guión de ficción que le escapa a lo sangriento, lo sensacionalista, lo biográfico, la explicación psicológica, la mirada tranquilizadora para intentar descifrar el horror, como a la peste. Y entonces su película resulta fascinante y elegante, con un protagonista que naturaliza sus actos, que cuando quita una vida o roba, (aquí no se muestran su costado de torturador y violador) siente que está más allá de la realidad del común de los mortales, cree en una ficción donde se mueve con la soltura y la seducción que seguramente tenga la cara del abismo. Lo llamaron “ángel” y quizás, como lo interpreta la religión no experimenta ni discernimiento ni culpa, esta determinado al bien, o cuando cae, irremediablemente al mal. Con el debutante Lorenzo Ferro como protagonista, los ensayos con el trabajo de Alejandro Catalán, fueron largos y dieron como resultado a un ser inasible, un efebo bello, irónico, que adorna lo monstruoso con una inconsciencia letal. En una primera escena, cuando entra a robar a una mansión, se pone al bailar un tema de La Joven Guardia (toda la banda sonora es un acierto), femenino y masculino al mismo tiempo, gozando extasiado el haber cruzado la barrera de lo correcto, define su carácter, su destino, esa incómoda empatía con el espectador. Que puede sentirse tan fascinado con ese ser como un pájaro paralizado por su muerte cercana. Es también un gran riesgo que corrió el realizador, a esta película habrá quien la rechace de plano, o se deje encantar por un ser que sabemos de antemano es despreciable. Todo el derrotero criminal, desprejuiciado, de identificación con su familia substituta, de enamoramiento homo erótico, de violencia cada vez más intensa, forma parte de un juego infernal. La inteligencia del director es haber creado un film que queda en la cabeza del espectador, polémico, molesto, pero definitivamente creativo e inolvidable.