Mirada de ángel
“Eso de lo tuyo es tuyo y lo mío es mío a mi no me va, cuando quiero algo lo tomo” con esa frase comienza El Ángel (2018), la película de Luis Ortega (Lulu) que participa del 71 Festival de Cannes. Toda una declaración de principios de su protagonista (Lorenzo Ferro) presentada al espectador. A través de sus ojos vemos sus actos delictivos, mediante ellos, nos introducimos dentro de su mente rebelde y sociópata, según quién la juzgue.
El Ángel surge como una consecuencia lógica de El Clan (2015), otro caso emblemático de la historia criminal argentina que marcó a fuego la violenta década del setenta. Misma producción (de K&S y El Deseo) en la adaptación libre del delincuente Robledo Puch, denominado por la prensa como “el ángel negro” por su cara de niño afeminado, en contra de cualquier estereotipo de criminal. La historia tiene eje en su relación con su cómplice y compinche Ramón (Chino Darín), un compañero de colegio con quién realiza varios atracos. De ahí surge otra línea narrativa: si la primera es la cronología de robos y ascenso en el mundo del hampa, la segunda desarrolla su indefinición sexual expuesta en una sensual atracción por su compañero. Ambas líneas van creciendo en fuerza dramática con los minutos.
Lo interesante de la película es desde dónde se elige narrar los acontecimientos, y ese lugar no es otro que la propia subjetividad del joven Robledo Puch. Su mirada es la de un adolescente que desafía los límites de la autoridad. Percibe el mundo que lo rodea como una ficción en la que él tiene el rol protagónico. Así se mueve y deambula por los espacios, con total libertad y desfachatez propia de quién desconoce las consecuencias de sus actos, o simplemente piensa que forman parte de la farsa en la que participa. El personaje burla las propiedades privadas y los objetos de otros del mismo modo que se burla de la sociedad. Luis Ortega asume un riesgo en reposar la mirada en este personaje de dudosa moral, pero logra que la película redoble la apuesta y abra un abanico de significaciones a su alrededor.
Para hacerlo distingue a su personaje primero por su característica fundamental: su particular rostro y físico. “Te pareces a Marilyn Monroe” le dice Ramón, en una frase inesperada para un delincuente en potencia. Los otros personajes son aquello que el prototipo indica: su padre (Luis Gnecco), un vendedor a domicilio, es el típico hombre frustrado de clase media que no quiere problemas en su hogar. Su madre (Cecilia Roth), una sumisa ama de casa que llora por su hijo por las noches. Su compañero Ramón (Chino Darín), el macho alfa, es varonil, fumador, porta una rústica campera de cuero y demuestra rudeza en sus modales, mientras que sus padres, (geniales Daniel Fanego y Mercedes Morán) son un ex presidiario de pocas palabras asociado al mundo del hampa y ella, una mujer a quien la seduce jugar al margen de la ley. Por contraste, “carlitos” es la antítesis de los delincuentes: un chico de clase media, sin carencias económicas ni afectivas. Los objetivos también los separan, mientras él roba y mata sólo porque “puede hacerlo”, el resto persigue objetivos económicos, roba por el botín. Su actitud anti sistema se asocia a una idea de libertad muy atractiva para el espectador.
El Ángel es un potente producto policial argentino, con una reconstrucción de época y resoluciones visuales de ciertas escenas que demuestran el gran nivel técnico de la película. En el trabajo del sonido, donde aparece una exquisita banda sonora con los mejores temas del rock argentino de los años setenta, también se trasmite la subjetividad del protagonista. Sin juzgarlo ni justificar sus actos, sino tratando de mostrar de manera audiovisual, los argumentos tan válidos como extremos de una mente criminal.