Es imposible no asociar este film a El Clan (Trapero). Ambos se basan en casos policiales que estremecieron a la Argentina por su gravedad y desenlace, para luego permanecer en el imaginario popular. Casos clave, representativos, de los que se habló y se habla; prueba de ello son los libros, las películas y las series televisivas.
Luis Ortega fue el responsable de Historia de un Clan, casi en simultáneo al estreno de El Clan pero en formato televisivo. Sus películas anteriores trataban sobre conflictos en ambientes periféricos (Monoblock, Caja negra), convirtiendo el bajo presupuesto en estilo. Historia de un Clan fue el puntapié inicial para atraer inversores y apoyar este nuevo film, su salto a la producción de gran formato. Tras llevar ingeniosamente a destino dicha serie televisiva que alcanzó notorios picos de audiencia, Ortega apunta ahora a otra leyenda de nuestra historia criminalística, el asesino serial Carlos Robledo Puch.
La principal revelación del film (sin quitarle mérito a Ortega) recae en la actuación de Lorenzo Ferro, quien interpreta a un Robledo Puch adolescente más cínico que angelical. La primera escena lo deja claro: sus padres no podían concebir, por lo que la madre (Cecilia Roth), luego de ser aconsejada por un cura, le pide a Dios. El joven Puch, entonces, se considera un ángel, un enviado del cielo. No cree en la propiedad privada, todo es de todos y por eso roba. La prensa, encima, lo apoda “El Ángel de la Muerte”.
Sus robos iniciales consisten en cosas materiales, ni siquiera para beneficio propio o reventa. El film (que por momentos parece ser demasiado condescendiente con el personaje) aclara que ese accionar es producto de su naturaleza. Eximido de moral o responsabilidad sobre sus actos, El Ángel cuenta su historia en primera persona.
En la escuela industrial conoce a Ramón (Chino Darín), un tipo sombrío como él que pronto se convierte en su compinche para el delito. Ramón brinda el nexo para que Ortega pueda mostrar en pantalla otra de las facetas de Robledo Puch: su orientación sexual, claramente vinculada a sus actos. La atracción hacia Ramón no va más allá de la vida criminal, pero sí deriva en celos y en un desenlace por demás adecuado al comportamiento del adolescente.
El film tiene una estética muy definida que ambienta los años 70 a la perfección. A esto lo refuerza una selección musical que incluye clásicos de la época como “El extraño de pelo largo” y otros de Ortega padre, Billy Bond, Pappo, etc. Los lugares frecuentados por los personajes (clubes nocturnos, mansiones donde cometen atracos, locales céntricos, una armería) describen una ciudad casi desierta en la que las fuerzas policiales buscan sospechosos por todos lados (los hechos transcurren en 1971). Como el extraño de pelo largo, Robledo Puch vive a contramano de tal coyuntura, “sin preocupaciones” y sin importar las consecuencias. Su habilidad para zafar de situaciones extremas es notable.
Una decena de asesinatos y cuarenta y dos robos (declarados) hicieron que Robledo Puch sea en la actualidad el prisionero más antiguo dentro del sistema penitenciario local. A diferencia de lo que observamos en El Clan, la utilización de una técnica casi scorseseana genera aquí un resultado mucho más efectivo. Ortega retrata con acierto uno de los ejemplos de rise and fall más recordados por los argentinos.