El director Luis Ortega con El Ángel ofrece un film centrado en la figura del famoso criminal argentino Carlos Robledo Puch (interpretado por el debutante Lorenzo Ferro), pero a diferencia del mote que le fue dado al protagonista, la obra de Ortega carece de ángel. El director se encarga de abordar y plasmar la historia de Puch desde distintos ángulos: la familia, la amistad, la sexualidad y obviamente su vida criminal. Sin embargo, ninguno de esos elementos es trabajado en profundidad. Algunos de ellos llevan consigo una mayor importancia dentro del relato, pero incluso los que resultan sumamente interesantes son abordados de manera un tanto superficial.
El film hace uso de una gran suma de elementos estéticos y narrativos visualmente que le brindan al mismo una apariencia llamativa y seductora que va acorde a la personalidad de Puch. La ambientación setentosa de la época, la forma y el lugar en que la cámara se posiciona para darle estilo e identidad a la obra conforman una estética que destaca por sobre todo lo que la constituye. Incluso la banda sonora compuesta por el rock nacional de dicha época funciona dentro de todo como uno de los buenos aciertos estilísticos que le dan personalidad a un film que no lo posee demasiado en su historia, si bien su utilización por momentos se encuentra algo injustificada y se presenta más como un capricho estético que como contexto de la escena que acompañe.
Ortega en el proceder y armado del film sufre de una inconexión, como si el director no se decidiera por cuál de los temas que toca centrarse, lo que lo lleva a en realidad no decantarse por ninguno. Todos los elementos que describen la personalidad y el accionar de Puch están presentes. Su filosofía de vida y el espíritu libre captados en un encantador baile o el bello simbolismo de lo sexual convertido en elemento criminal y viceversa, en una mano que se desliza por la entrepierna de Ramón (Chino Darín) y otra que hace lo mismo en la de Puch para encontrarse con la fría dureza del revolver que lleva en su pantalón.
En dichos momentos el film brilla con una historia y un personaje que son excelentes para la pantalla del cine. Pero si bien logra traducir de manera impecable la personalidad y el mito del personaje en lenguaje cinematográfico, la indecisión presente es la que hace que el resultado dado sea más depositarse en el virtuosismo visual que en atreverse a explorar a fondo lo salvaje de un personaje que ofrecía mucho más que lo dado. Si por un lado tenemos a un asesino que se juega la vida a todo o nada, que de manera un poco inocente y otro poco monstruosa, va por lo que quiere sin importar las consecuencias, por otro lado tenemos un director que opta por lo opuesto. Un director que decide bordear la superficie de todo ello sin atreverse a un verdadero desarrollo ni a tomar de forma responsable postura alguna acerca del material que tiene en manos.
El bello estilismo que atrae la mirada del espectador así como la belleza del joven Carlitos hace lo mismo como seductora tentación, poniendo como factor relevante en el film un fuerte componente sexual. La identidad sexual del personaje entra en relación con el goce del robo y el asesinato, una pasión generalmente compartida entre él y Ramón que traslada el significado de cometer un crimen al plano de un acto íntimo de deseo y placer… o incluso de representación de los celos en la forma de la aproximación de un soplete a un rostro. Y es eso tal vez lo que funcione como lo más interesante y jugado de un film que usa todas sus armas para seducir más no satisfacer. Eso, sumado al hecho de que la ambigüedad latente a lo largo del film no entra como un juego buscado por el director sino más bien como una falta de intenciones a realmente atreverse a abordar plenamente las temáticas tratadas.
El Ángel en apariencia resulta ser un film atrevido, provocador, que atrae con la belleza que realmente tiene, y a cantidad, pero que a diferencia de Carlitos decide no ir a por todo, tal vez con miedo a las consecuencias. En cambio, opta por emplear sus virtudes de manera frívola, no dispuesto a ganarse al espectador sino a jugar al viejo e insulso juego del histeriqueo. El Ángel abre de forma seductora el apetito por todo lo que promete pero tan solo decide dar una pequeña mordida que se disfruta al primer contacto entre espectador y film, pero que lejos está de perdurar.