Con la misma libertad artística y habilidad narrativa que había mostrado en "Historia de un clan", Luis Ortega pinta otro de los casos delictivos más impresionantes que hubo en nuestro país: el de Robledo Puch, alias El ángel, el asesino serial más joven que se haya conocido, y el más bonito. Hijo único de buena familia, se le atribuyen 11 asesinatos, amén de una larga serie de robos y atracos a mano armada, un par de raptos, complicidad en una o dos violaciones, y otros desmanes, todos ellos cometidos en menos de un año, cuando todavía no había cumplido los 20. Desde entonces purga cadena perpetua en Sierra Chica.
Con esta sola síntesis, otro director habría hecho una película tremendista chorreando sangre y con forzosas menciones a la violencia social de aquel tiempo, comienzos de los años '70. Por lógica, un poco de sangre vemos, y la ambientación nos ubica en la época, pero Ortega prefiere entregarnos la pintura del rebelde sin causa, ajeno a todo, con su mezcla de cariño y desdén hacia los padres, la fascinación de ser recibido por otra familia que le brinda plenitud vital -familia de marginales-, y los tanteos de una búsqueda sexual fuera de norma, acaso sublimada con cada disparo.
El retrato cobra vida en la elogiable caracterización del debutante Lorenzo Ferro, bien acompañado por Chino Darín, Daniel Fanego, Mercedes Morán (los marginales en el barrio decente), Cecilia Roth, Luis Gnecco (los padres débiles), Peter Lanzani, Malena Villa (el tercero en discordia, la novia insípida). A señalar, en medio de los tiros, unos momentos de silencio incómodo, expresivos, como ese donde, después de tanta complicidad, el padre del amigo pasa junto al chico sin siquiera mirarlo, como si para él ya estuviera muerto, o condenado. Detalles así confirman la mano del artista. La banda sonora confirma que él y su principal productor son hijos de Palito Ortega.