Quiere caerle bien a todos
En 1977 se estrenaba Sorcerer, un film con una una particularidad. Esta película de William Friedkin fue diseñada para caerle mal a todo el mundo. Aquí se le tiraban palos de igual manera a la militancia y el terrorismo palestinos, a la Iglesia Católica, a la industria petrolera, al Mundo Antiguo (Jerusalén e Israel), al Viejo Mundo (Europa) y al Nuevo Mundo (América, sur y norte). Friedkin buscó ilustrar el infierno en la tierra, presentado de antemano por una variación del demonio pazuzu (El exorcista) en sus créditos iniciales. Para sorpresa de nadie, Sorcerer fue un fracaso de taquilla. Pese a ser una de las mayores películas de los últimos cuarenta años, sucumbió a sus marcas de origen: la angustia, la desolación y, principalmente, su necesidad de repartir golpes a diestra y siniestra.
El Ángel es todo lo contrario al film de Friedkin, quiere caerle bien a todos.
Quiere ser verídica, al mismo tiempo que ahonda en la exageración; intenta una remilgada conciencia social a la vez que se entretiene con los dislates más intrascendentes; desea enaltecer los códigos del protagonista para traicionarlos frente a cualquier eventualidad; busca un planteo visual límpido y cuidado a la vez que se extrema en la mayor desprolijidad.
El Ángel es una película sumamente complaciente; no pretende otra cosa que ser querida ¿Qué problemas surgen de esto? Muchos. Uno de ellos: el punto de vista sobre los personajes vive rotando de un lado a otro. Si bien El Ángel parece seguir exclusivamente a Puch, la percepción de los personajes siempre cae en la dispersión. Cuando es necesario, Puch es feroz y temerario; mientras que otras veces resulta enamoradizo y soñador, otras profesional y calculador, otras desprolijo e ineficiente. Esta variación no esta sustentada por una multidimensionalidad en la confección del personaje (la famosa exclamación: “¡Que personaje profundo!”) sino por su afán de cautivar ¿La consecuencia (e indicio) de esto? Cuando vemos a Puch nos encontramos con cuatro o cinco personajes distintos y equidistantes entre sí, presentándose cuando lo decida la eventualidad específica.
Es una verdadera lastima, ya que semejante personaje merecía un desarrollo diferente. El Ángel parece justificar a su protagonista con la etiqueta de loco cool, un especie de rockstar setentero con su largo pelo al viento. Se abandona cualquier tipo de lógica o tramado que ayude a apreciar el trazado de sus acciones y crímenes. El dictamen de Polonio “En su locura hay método” no aplica aquí, como -creemos- aplica al Puch verídico. Una oportunidad perdida.
El gran problema de El Ángel es que no tiene ningún tipo de método, no tiene un camino donde poder desplegar cine. La variación, la eventualidad y lo adivinatorio es la norma. El mismo proceso rige las influencias del film; de Tarantino se toma la presentación de los créditos y de Scorsese (a lo Goodfellas) se extrae únicamente el ideario musical. Es una lastima (repetimos el lamento) que de Scorsese no se haya reinterpretado uno de los puntos capitales de su obra, que a su vez se ajusta perfectamente al Puch verídico: el personaje que, luego de adentrarse en un sistema de valores pragmáticos (el boxeo, el taxi y su periferia o la mafia) sucumbe por los propios medios que lo elevaron, en una redención pasada por la lupa del dolor.
A diferencia de Sorcerer, El Ángel es una película que complace mucho, pero desarrolla poco. No hay ninguna duda de que su departamento ejecutivo y publicitario ha hecho una gran tarea. Para sorpresa de nadie, la película será un éxito.