Artistas y ladrones
Desde la primera secuencia, donde se presenta al protagonista mientras suena “El extraño de pelo largo”, queda claro que El ángel no es una película sobre un asesino múltiple, aunque comparta productores con El clan y explote el interés que despiertan los hechos criminales notorios. Carlitos es un adolescente rebelde, lindo, rubio y desenvuelto, que roba para sentirse libre y tiene veleidades de artista. En todo caso, es un ladrón o un asesino glamoroso como Billy de Kid, como Clyde Barrow o como Butch Cassidy en las películas respectivas. Y también es el Tanguito de Tango Feroz, que no mataba a nadie pero también era un adolescente ingenuo, conflictuado, movido por el arte y la búsqueda del amor. El Robledo Puch de ficción es una criatura de la mitología y la tradición cinematográficas.
Desde su debut con Caja negra (2001), tres cosas quedaron claras sobre Luis Ortega: que tiene talento como cineasta, que le interesan los marginales y que es parte de una de las grandes familias del show-business argentino. El ángel es la prueba de ese talento y de ese interés, pero también un homenaje a su padre y al show-business argentino, del cual él mismo viene a ser un heredero inesperado pero nítido.
Dos escenas clave de la película tienen a Palito Ortega en la banda de sonido. En la primera, el amigo del protagonista se presenta como aspirante a estrella en un programa de televisión. Canta “Tengo el corazón contento” (en realidad, hace playback del disco de Palito). Carlitos lo ve desde una habitación de hotel y se imagina a sí mismo en la pantalla bailando con su amigo en el set. La escena está inspirada en un clip que Palito hizo con Marisol. El amigo, además, se llama Ramón, como el patriarca de los Ortega.
La película coquetea desde el principio con la androginia del protagonista, con su deseo por ese Ramón que es su compañero de escuela y luego de correrías delictivas, un Ramón que la va de macho pero se presta a ser el amante de Federica, un coleccionista de arte que lo vincula con el espectáculo. Curiosamente, nunca se ve a Carlitos en una escena homosexual explícita, pero sí se ve cuando Federica le hace una fellatio a Ramón (en Rocco y sus hermanos hay una escena parecida). La escena en la casa de Federica vincula a los ladrones con los artistas, a los pibes chorros que traen cuadros robados con el coleccionista y su mundo. Carlitos ve a Ramón con Federica pero también mira con asombro la tertulia que preside Fernando Noy. Lo atraen el lujo y la libertad del ambiente artístico, pero también la suntuosidad de las casas en las que entra a robar y en las que se siente cómodo, lugares que contrastan con la modestia de su propia casa pequeñoburguesa con su padre estricto y su madre abnegada.
Pero volviendo a la escena en la televisión, Ramón ve en una posible carrera como cantante una salida del delito. En algún momento se dirá en la película que salvo los artistas y los ladrones, el resto de la gente tiene que salir a trabajar (hay un olvido curioso y significativo en esta taxonomía: los hijos de los ricos tampoco necesitan trabajar). Pero Carlitos lo ve de otro modo: lo que lo atrae del arte es que le deja el corazón contento, como la canción (el película podría contarse siguiendo los títulos de las canciones). Una y otra vez el personaje deja en claro que el baile, las joyas, los cuadros, la atracción sexual, su propia audacia para delinquir son más importantes que el dinero.
Conviene observar, de todos modos, cómo es el arte que rodea la película, especialmente la música. En la banda de sonido no hay un solo tema que no esté en castellano. Los discos que roba y que escucha Carlitos son también locales. Pero hay una mezcla poco creíble entre los blues de Pappo o de Manal, el rock de Billy Bond, la balada de Gigliola Cinquetti y el rock-pop de El club del clan, el grupo de artistas latinoamericanos que inventó la discográfica RCA con enorme éxito y del que Palito formaba parte. Es raro que un joven de zona norte en 1971 no escuche música en inglés, pero la intención de Ortega es dejar afuera la música extranjera, o de filtrarla mediante covers traducidos. Incluso, el Club del clan es anterior a la época en la que transcurre la película y varias canciones están un poco desfasadas en el tiempo. Pero el efecto es importante: la Argentina de El ángel se autoabastece de cultura, ya que los cuadros son nacionales, los temas musicales también y hasta las referencias son todas criollas (excluyendo una alusión irónica a Frank Sinatra, el gran ídolo de Palito). Hay un momento en el que mientras roban una joyería, Carlos y Ramón se miran en un gran espejo. Los dos tienen un arma en la mano, Carlos se puso joyas encima. Ramón lo toma del hombro y dice: “Somos Fidel y el Che”. Carlitos responde: “No, somos Perón y Evita”. En verdad son Bonnie y Clyde, pero en El ángel, todo está nacionalizado.
Así como las discográficas americanas inventaron una música para consumo latinoamericano (y lo volvieron a hacer décadas más tarde), los estudios cinematográficos decidieron en un momento aceptar, convivir y, de algún modo, cooptar los cines nacionales. Hoy el cine mainstream, el que se estrena con cientos de copias incluye las películas de superhéroes pero también El clan o El ángel (distribuida por Fox). Como espejo de lo que fue El club del clan en su momento, hay un cine para consumo local, un cine grande, profesional, con talento en todos sus rubros técnicos. Un cine que remeda el internacional de su época, menos idiosincrásico que el de la era clásica, pero hecho también en casa con altos estándares. Esto no ocurría hace veinte años, cuando el cine argentino era pobre en más de un sentido y estaba separado entre la via mainstream y la via independiente. Hoy, las promesas del ya viejo Nuevo Cine Argentino forman parte del mainstream mientras sus películas se siguen exhibiendo en los grandes festivales: Ortega, Trapero, Caetano, Martel, entre otros nombres, son los artífices del gran cine doméstico donde todo se mezcla, como se mezclan los estilos musicales en la banda de sonido de El ángel.
Ortega demuestra su talento de diversos modos. Por ejemplo, en la dirección de actores. No recuerdo una película argentina donde las actuaciones sean tan brillantes. Por supuesto el hallazgo del debutante Lorenzo Ferro, pero también Chino Darín como Ramón, Daniel Fanego como su padre y jefe de la banda en la que Carlitos empieza a delinquir profesionalmente, Mercedes Morán como su madre. Hasta Cecilia Roth está bien y no sobreactúa como la madre de Carlitos. También la ambientación es prodigiosa: El ángel tiene unas locaciones espectaculares. Creo por primera vez desde que escribo críticas voy a citar a la directora de arte o diseñadora de producción: se llama Julia Freid. Ortega filma con garra e imaginación y logra algunas secuencias memorables, como las ya citadas y como lo que marca la otra aparición de Palito en la banda de sonido, esta vez haciendo un largo cover con letra propia de “La casa del sol naciente”, una canción anónima enormemente versionada (sobre todo porque no paga derechos). La música empieza a sonar cuando Carlitos quema un coche que la banda usó para un delito y se ve una explosión hermosa. Luego, sin diálogos, sigue sonando en una escena muy onírica y poco clara, en la que Carlitos abraza a Ramón y este parece como drogado. Después Carlos maneja un auto en un larguísimo túnel (increíble locación) hasta que (por una razón que no entendí) se lanza contra un coche que viene de frente y lo choca.
Cuando la música termina, Ramón está muerto y allí podría terminar la película. Hasta ese momento, habíamos visto el ascenso criminal de Carlitos, pero también su infatuación amorosa con Ramón (y también con el padre de Ramón, veterano delincuente y drogadicto, quien le enseña a tirar), su descubrimiento de la pintura, de las joyas, su amor por las motos, por los autos, por las armas de fuego, por el riesgo. Es una sinfonía de sensualidad casi inocente, que le permite a Ortega evocar a su propio padre y jugar con la ambigüedad de su personaje, el ladrón que toca el piano y quiere ser artista.
En esa parte de la película, Ortega parece comprometido con su material y entregado a su personaje. Claro que ya habían pasado cosas complicadas. Carlitos había empezado a matar por impulsos repentinos ante situaciones de peligro. La aparición de Miguel (Peter Lanzani), un ladrón mitómano y paranoico le trae a la película un aire lumpen, costumbrista, rastrero. Muerto Ramón, desparecida también de la escena Malena Villa, que hacía de dos gemelas novias de los dos amigos, solo quedan escenas de traición y de violencia, algunas filmadas vistosamente pero sin alma y El ángel se vuelve una película rutinaria, de chorros que se traicionan y de policías desagradables, corruptos y torturadores. Carlitos se fuga de la cárcel, pero ya el personaje no tiene la misma gracia y las escenas de su captura bordean un poco lo grotesco. En esa última parte, El ángel cambia de tono y de registro, acaso presionada por la obligación de filmar la caída del personaje, de reducirlo a su dimensión histórica de criminal después de haberlo glamorizado y se pliega así a la exigencia de sordidez que sigue pesando sobre el cine argentino. Ortega construyó su personaje como un ángel equívoco, alejado de su realidad histórica pero, en lugar de seguir acompañándolo, se limitó al final a justificarlo con excusas endebles: porque las víctimas son vigilantes, hampones, gente desagradable en general o porque Carlos es, en el fondo, la víctima genérica de una sociedad que no acepta que todo sea de todos.
La comparación entre ladrones y artistas puede funcionar hacia los dos lados. En esa última parte, los delincuentes invocan los códigos del hampa, pero no hacen más que violarlos y traicionarse. Algo parecido le pasa al film, que invoca el arte como un horizonte de liberación y de sensualidad pero, en un momento, deja de respaldar esa apuesta y se vuelve una película de género ordinaria (una vez más la mezcla de la banda de sonido). Allí, El ángel deja de ser un film sobre ladrones que quieren ser artistas para volverse un film en el que los artistas se comportan como ladrones.