GUN CRAZY.
Una vez que empieza El Ángel, que la historia esté basada en la vida de un personaje real tiene cero importancia. Nada de lo que ocurrió realmente tiene valor alguno. Les aconsejo que no averigüen nada sobre su protagonista ni sus actos. La película no intenta aportar información, ni cierra con carteles explicando lo que aconteció posteriormente al desenlace de la historia que, dicho sea de paso, tampoco contaremos aquí. Así debería ser con todas las películas basadas en hechos reales, pero en este caso es importante hacer la aclaración porque es obvio que al guionista y director Luis Ortega les resulta ajena la intención de de mostrar al verdadero personaje que inspiró al film.
Sin duda Luis Ortega, director de pequeños films, algunos destacables, como Caja negra y Monobloc, ha vuelto al cine con una producción grande y resulta difícil imaginar vender esta historia protagonizada por un actor desconocido si no tiene algún tipo de atractivo comercial. Una vez hecha la película, y una vez que el público entra a la sala, lo único que importa es la película que tenemos delante. Con un cuidado mayor que sus exitosas ficciones televisivas, El Ángel resulta mucho más cercana al origen cinematográfico del director. Aunque suena a una ironía, El Ángel se acerca más a El Clan de Pablo Trapero que a la miniserie Historia de un clan que ese mismo año hizo el propio Ortega. En particular en lo que refiere a confiar en el lenguaje del cine, en no dar tantas explicaciones, ni bajar línea.
Carlitos es un adolescente de clase media, que estudia en un colegia privado, que ha tenido problemas de conducta y que, desde el inicio del film, sabemos que le gusta robar. Es un marginal sin urgencias económicas, agarra lo que quiere, no para obtener una ganancia, sino para usarlo y desecharlo después o regalarlo, eso es lo máximo que hace al inicio de su carrera delictiva. Ser rubio y carilindo lo vuelve poco sospechoso, su familia es tradicional, honesta, sin problema alguno con la ley o la sociedad. No hay explicación psicológica ni trauma para Carlitos, él nació para vivir al margen de la ley y así vive. Poco a poco irá creciendo en sus actos delictivos, en particular en su asociación con un compañero de colegio y su familia también dedicada al delito.
Como crónica policial, la película aporta poco y nada. La policía parece preocupada por otras cosas, amenaza reiteradamente con torturas y se presenta finalmente de forma alocada como en el final de The Blues Brothers de John Landis. Carlos es un joven irresponsable, que vive en su propio mundo, que pierde la noción de realidad y desconoce la gravedad de sus actos. Asesinar le resulta casi irreal, dispara por reflejo, tiene talento y vocación de ladrón, aun cuando nunca deja de jugar durante sus crímenes. Le preocupa más un cuadro que un hombre herido de muerte, se prueba unos aros en mitad de un atraco, no pierde oportunidad de bailar al ritmo de un tema de moda. Se podrá decir mucho sobre el personaje, excepto que refleja a Carlos Robledo Puch. Tal vez en el futuro se haga una miniserie de ficción o un documental de varios sobre su figura, pero por ahora no hay nada en El Ángel que aporte información policial, histórica o psicológica.
La película de un cuidado estético digno de mención, con una banda de sonido verdaderamente brillante, con actores carismáticos e inquietantes al mismo tiempo, sin duda cumple su retrato fascinado de un joven que en teoría tenía todo para llevar una vida normal y decidió salirse por completo del sistema. Ese el verdadero perfil que busca trazar Ortega, ese es su personaje. No se ve una agenda política o ideológica que supere ese tema, aun con los pequeños apuntes laterales que la historia posee. Juzgarla desde ahí sería como juzgar Goodfellas de Martin Scorsese desde ese lugar, cosa que no está prohibida, pero no parece la intención del directo. Sin duda Ortega es mucho más amoral que Scorsese. Acá no hay una reflexión final, ni un aprendizaje. No por casualidad la película termina prácticamente igual que como empieza. Hay consecuencias por las acciones, pero el relato termina antes de que se produzca ese cierre. Esa alegría del protagonista es más angustiante que la certeza moral de saber que es un criminal sin arreglo y debe pasar el resto de su vida en la cárcel. Si el film hubiera respetado la historia real, se habría perdido el corazón mismo de la película e incluso el propio director no habría tenido interés en él. Por suerte, la ficción se impone por encima de la realidad.