Melodrama criminal de Valentín Javier Diment
Lola Berthet y Jimena Anganuzzi protagonizan este brutal relato sobre las consecuencias psicológicas del abuso.
Valentín Javier Diment (El eslabón podrido) trabaja desde el género pero no para seguir sus reglas a rajatabla, sino para subvertirlo y utilizar su matriz en función de bucear en los daños psicológicos de sus personajes. La primera mitad de la película es un melodrama con el tono hipócrita de la década del setenta y la pesada atmósfera de plomo sobrevolando el ambiente. El estético blanco y negro destaca contrastes y evidencia las zonas oscuras de los personajes en clave expresionista.
Carla (Jimena Anganuzzi) llega perturbada a una clínica para realizarse un aborto. La doctora Irina (Lola Berthet) la convence de que tenga al niño para venderlo a una familia adinerada. Entre ambas se teje una extraña relación de atracción y dependencia que no tarda en implosionar.
La música enaltece situaciones dramáticas cotidianas y reafirma las pasiones y sentimientos de las protagonistas. Al mismo tiempo los fundamentos del género se trastocan para virar hacia el drama criminal, un mecanismo que recuerda al Ripstein de El Diablo entre las piernas (2019), con la permanencia de lo terrible en lo cotidiano.
En la segunda parte de El apego (2021) aparece el color, con una paleta de colores tenue, propia del estilo de los años setenta que contiene flores que nunca terminan de brillar. Ese momento del argumento, en apariencia luminoso, queda opacado por la represión sufrida por los cuerpos (sexual, psicológica, de dominación) que se traduce en violencia física, con grandes momentos hitchcockianos y un catártico uso del gore.
La carencia afectiva en este melodrama no deviene en sentimentaloides llantos sino en brutales asesinatos. Del mismo modo la exploración sexual -antes reprimida- se transforma en violencia corporal y placer por el sufrimiento ajeno. Todo esto dicho con sutilidad gracias al manto narrativo de la estructura genérica.
El conocimiento y manejo de los géneros de Diment le permite pasar de uno a otro, del blanco y negro al color, cambiar de tono y registro sobre la marcha y a la vez, profundizar en el tema trabajado.
Estéticamente impecable e ideológicamente incisivo, su cine obliga al espectador a salir de su zona de confort y enfrentarse a la oscuridad que subyace debajo de los vínculos sociales. Pero siempre con un deleite visual y un extraño sentido del humor, que hacen de El apego una perturbadora y hermosa locura.