“El apego es un melodrama criminal, una pieza de orfebrería del entretenimiento podríamos decir, un paseo por la locura y el deseo, pero también una historia habitada por temáticas donde lo humano y lo político confluyen. Cuenta el proceso de descubrimiento paulatino entre dos personas atravesadas por el abuso, cada cual a su manera. Refleja una época pero desde su zona más periférica, alude a conflictos que allí estaban vivos y ahora también”, señala Valentín Javier Diment acerca de su nueva película, protagonizada por Lola Berthet y Jimena Anganuzzi y ganadora del premio a Mejor Película en la sección Noves Visions de la 54a edición de Sitges, y ahora recientemente estrenada los sábados a las 22 hs. en Malba y todos los días en Gaumont a las 18.30 hs.
Filmada en color y en blanco y negro, El apego se desarrolla en los años de plomo y narra la historia de una joven indefensa y desesperada (Jimena Anganuzzi) que acude al consultorio de una médica (Lola Berthet) que realiza abortos clandestinos. Dado a que el embarazo ya está muy avanzado, la médica se niega a realizarlo y, en cambio, le propone que tenga al bebé para luego venderlo a unos clientes suyos. Mientras tanto, la joven puede vivir en su casa. Pero el punto central de El apego no es ni el embarazo ni el bebé. Acá lo que importa, y de a poco comienza a ser tan perturbador como perverso, es la tortuosa relación que establecen las dos mujeres entre sí. Pero también lo que harán con los que se les crucen en el camino para frenar sus planes.
Si hay algo que no se le puede reprochar a las películas de Diment es el modo en el que crea climas y atmósferas que no solo establecen el tono de inmediato, sino que literalmente narran todo un universo en términos visuales y sonoros. Los diálogos son buenos, correctos quizás, pero los méritos más sobresalientes están en el cuidado formal: la composición del cuadro, el uso de lentes que proponen puntos de vista contrastantes, el juego entre el blanco y negro y el color – que no es un capricho estético, sino una arista esencial de la narrativa – el foco y el fuera de foco que nos desorienta en espacios que se espejan y se duplican, las texturas con toda su pregnancia y la expresividad de cada recurso del lenguaje cinematográfico. Casi literalmente, la experiencia de ver El apego es entrar a un mundo paralelo.
Anganuzzi y Berthet no desentonan nunca. Sus personajes son sufrientes, desilusionados, heridos. Lo que no significa que sean solamente eso. Se sabe que las fachadas son descubiertas cuando ya es demasiado tarde. O no tanto. Sea como fuere, es el momento en el que el gore, la violencia y el sadismo entran en escena. Y no precisamente de una manera sutil. A mi gusto, mejor que así sea. Cuando la sangre brota, todo toma otro color.
Sin embargo, las flaquezas están en otras áreas. En un registro actoral que por momentos es un tanto solemne, voluntaria o involuntariamente. No es un problema de las actrices, es el registro en sí mismo. Tomarse a sí misma demasiado en serio tampoco es un punto a favor. Un poco de humor macabro, hasta cruel, si se quiere, habría potenciado lo bizarro de unas cuantas secuencias. Que la historia es pasional y desgarradora, de eso no cabe duda. Aún así podría haber sido más juguetona.
Por otra parte, hay algo que no funciona del todo bien en el ritmo del relato. El tercer acto llega un poco tarde y pierde parte de su potencial dramático, mientras que el primer acto se extiende un poco más de lo deseado. En cambio, es el segundo acto cuando El apego adquiere toda su oscuridad y de ahí en más, excepto lo relativamente abrupto del final, todo gira en un torbellino de miserias, amour fou, vejaciones y sacrificios. Y, como es de esperar, la misma muerte en distintas formas y colores.
Una pieza original en el alicaído cine argentino contemporáneo, El apego dista de lograr todo lo que se propone. Pero lo que sí logra, lo hace con creces. Eso, de fácil no tiene nada.