Buenos Aires, acaso Gran Buenos Aires, alrededor de octubre de 1978. Esto no lo sabremos por ninguna alusión política, sino porque en la radio alguien comenta el estreno de “La parte del león”, obra ejemplar de Adolfo Aristarain. Se oyen por ahí unos tiros y una sirena policial, lo cual no es privativo de aquella época, aunque da cierto clima. Como sea, las mujeres que vemos en ese momento están atendiendo sus propios asuntos mortuorios. Y no son dos leonas, sino dos víboras. Una, sensual, manejadora, quiere abortar porque dice que la violaron. Toda ella es una mentira andante y acuciante. Otra, rígida, también manejadora, quiere hacer un negocio con el futuro niño. Es una médica siempre seria, lo que no quiere decir que tenga seriedad moral. Casi nadie la tiene, en esta historia. Pero casi todos, detrás de la máscara, anhelan recibir algo de amor. No saben darlo, ese es el problema. Los traumas de la infancia, los objetos punzantes al alcance de la mano, también son un problema.
Con esos elementos, Javier Diment (“El eslabón podrido”, “La memoria del muerto”) cuenta “un melodrama criminal”, así lo llama, uniendo hábilmente morbo, suspenso, muertes y comprensión de las debilidades más humanas. Quizás haya, al final, solución para quienes aún sigan vivos, y para un gato que dejaron por ahí encerrado. Antológica, la escena en que, sin una palabra, solo con la expresión de su mirada, Lola Berthet transmite las sensaciones y los pensamientos y temores de una mujer que al fin pudo soltarse. Ella y Jimena Anganuzzi son las protagonistas. Y las asesinas.
Diment dice haber absorbido de Douglas Sirk y Rainer W. Fassbinder, lo cual se evidencia en la fotografía estilizada de Claudio Beiza, la angustia de los personajes femeninos, el artificio de las interpretaciones. También Pedro Almodóvar absorbió de ellos, y Diment lo menciona y lo sigue, pero con un empleo sutil de la ironía y la parodia. Y habría que hablar también de Henri-Georges Clouzot, el de “Las diabólicas”. Y de Gustavo Pomeranec, que compuso una música finamente irónica, y del piano, el suave y malicioso piano, como único instrumento de percusión.