En el documental La Feliz, continuidades de la violencia (2019), Valentín Javier Diment convierte la Mar del Plata del imaginario veraniego en una ciudad oscura escondida en su conocida fisonomía, un mundo en el que la violencia va desde ese referente hacia la cámara que lo registra. En El apego, el director asume los mayores riesgos de su carrera y consigue buenos resultados, pese a ciertas derivas y enredos que se hacen presentes en el tercer acto.
Carla (Jimena Anganuzzi) llega embarazada a la puerta de una imponente casona en la Buenos Aires espectral de los años 70. El encuentro con Irina (Lola Berthet) tiene historia: un aborto en el pasado, un pedido desesperado en el presente. Lo que comienza como una transacción, la estancia circunstancial de Carla en ese templo ginecológico hasta el parto y la venta del bebé a una familia acaudalada, deriva en un escenario de creciente locura que Diment expone de manera progresiva, plagada de hallazgos. Es de esos directores que parecen tener el coraje de filmar lo impensado, incluso cuando parece imposible.
Su herencia más evidente es la de Rainer Fassbinder, sobre todo la de los planos blancos de La ansiedad de Veronika Voss; algunos destellos del gótico más enloquecido, el uso inteligente de los cenitales, un humor audaz debajo de los diálogos más mundanos. La historia se empantana un poco al final, se embriaga en sus propios rodeos hacia la revelación, conjuga con provocación la muerte y el erotismo, pero se toma demasiado tiempo en explicar demasiado (quizás el uso del diario en off nace como desventaja). Pese a ello es una película que consigue escenas inolvidables para la memoria del cine argentino.