Sabemos que la Navidad es un tiempo para dar. Conocemos de memoria el eslogan. Ahora, ¿hacía falta TANTA generosidad de la distribución local como para estrenar “El apocalipsis”?, porque solamente interpretado como un acto de bondad incondicional es que se puede comprender éste último mamarracho del año.
Además de doble de riesgo en cine, nos enteramos que Vic Armstrong es director y fanático del catolicismo, lo cual no reviste ningún inconveniente si no fuera por la utilización del séptimo arte como vehículo para repartir panfletos básicos.
Cuarenta minutos se toma éste señor para que suceda algo. Uno puede estar en la parada del colectivo ese tiempo, es aburrido, pero al menos hay expectativa. Un deseo implícito que genera sensaciones como ansiedad, nerviosismo, agobio, tedio, bronca… todo por esperar el transporte público, sin embargo ese aguante genera mucho más que en el inicio de ·El apocalipsis”.
Durante estas cuatro decenas de minutos, el guión se ocupa de mostrarnos, en forma deliberadamente básica, una madre ultra católica (Lea Thompson); una hija (Chloe Steele) convencida de que su madre está perdiendo la chaveta con tanta prédica catequista; y un padre –piloto de avión a punto de embarcar (Nicolas Cage) que, ante semejante cambio de su mujer, anda coqueteando con azafatas. O sea, ejemplos de creyente, agnóstico y “pecador” respectivamente. Ni se quiera imaginar los diálogos mantenidos por esta gente. Se tiran los “pies” entre los actores como para que al espectador le quede todo bien clarito y dogmático. Hubiera sido más honesto pedirles que miren a cámara cada vez que terminan de decir sus líneas. Ese “algo” a los cuarenta minutos es que la gente desaparece espontáneamente. Sólo queda la ropa tirada en el piso, en el asiento del copiloto, etc. Desaparecen en especial los chicos (por esto de “dejad que los niños vengan a mí”), y por supuesto la mamá fanática de la biblia y todo aquel que crea en la iglesia. ¿Se entiende?
El discurso panfletario no pasa sólo por los que “merecen” el cielo; sino por los que permanecen. Del avión en vuelo no queda ni un bebé (suponemos que están todos bautizados ¿no?); pero sí hay un hombre de negocios, un japonés que anda hablando de extraterrestres, un enano cascarrabias que se hace el guapo con todos… parece aleatorio, pero en realidad cada uno servirá como ejemplo del castigo del Señor. El peor de todos, el más insultante a la inteligencia del espectador es el de un musulmán que aun siendo el único que propone rezar mientras el avión en pleno vuelo se va quedando sin combustible, no mereció misericordia por ¿practicar la religión equivocada? ¿Rezar apuntando para otro lado? Patético.
Un montaje despreocupado del ritmo, una fotografía que pretende instalar climas a fuerza de prender y apagar lamparitas, y un diseño de efectos de sonido tan artificial que nuestro Mc Phantom en vivo en la sala con un micrófono hubiera hecho un mejor trabajo. Hay tiempo para todo tipo de milagros en El apocalipsis: En un momento Nicolas Cage sale de la cabina y pone claridad ante la duda del espectador sobre su carrera actoral: “Sé que todos ustedes quieren respuestas, créanme yo también”. Ojalá las encuentre.