El hombre que renegaba de la fe
Un señor de 38 años a medio cocer. O, como se solía decir, que le falta un golpe de horno en determinación, estudios, trabajos, relaciones familiares y de pareja, y que vive como si fuera a ser eterno. Pero pensemos un momento: quizás este señor tenga razón y la suya sea la manera sabia de encarar este mundo. Aclaremos: Gonzalo, el señor aparentemente gris en cuestión, quiere ser apóstata, es decir, renunciar a la Iglesia Católica. Pero el trámite, como todo trámite en la tradición hispana, no es fácil. Es más bien un engorro: hay instancias administrativas insoportables, y el intento, los intentos, las perseverantes persuasiones para convencer al que quiere irse del rebaño de que se quede. Sin embargo, no se trata de una película sobre la iglesia y la fe; o sí, pero no solamente. El apóstata, tercera película del uruguayo Federico Veiroj, el de Acné y La vida útil, está centrada en un personaje masculino, como esas dos obras previas.
Gonzalo no es inmediatamente atractivo, pero es un personaje que brega, que avanza en ambientes en los que el absurdo acecha. Gonzalo se mueve con extrañas maneras, con algo así como una resignación desafiante, con una forma entre etérea y terrenal de llevar adelante sus luchas, tanto las (no) religiosas como las académicas o familiares. Gonzalo puede fracasar, pero mientras tanto camina el mundo con una extraña manera de ser irresistible, con cierta inopinada aristocracia vital sin dejar de ser un poco zaparrastroso.
En ese logro de presentar un personaje así de fuerte brillan tanto el actor Álvaro Ogalla como Veiroj. Ogalla, de presencia física nada liviana, se hace liviano al andar, como si sus pisadas no tuvieran mucha fuerza. Sin embargo, a la vez, parece pertrecharse de capas de resiliencia imposibles de notar pero que actúan y reaccionan frente al mundo de maneras sinuosas. Y Veiroj, por su parte, rodea a su personaje con, y extrae de él, un tono singular, que se relaciona con una película de Marco Ferreri como La audiencia y una de Marco Bellocchio como La hora de la religión, pero que además recupera enseñanzas de Luis Buñuel y hasta de Luis García Berlanga.
Indefinición a favor de la fluidez, personajes hábiles y no transparentes, realismo extrañado, la notable fotogenia de una actriz más que apta para el cine como Bárbara Lennie, el aire de sátira volátil, los sueños disruptivos: la fascinación sin estruendos que puede provocar El apóstata es propia de una película extraña y osada. Un poco como Kiarostami en Copia certificada, Veiroj hace su primera película en Europa y le recuerda sutil y ladinamente al cine europeo algunos de los ingredientes que usaban los grandes maestros del continente.