Tendido en el césped con una actitud pensativa y una mirada desafiante (si son las primeras horas de la mañana o el final de la tarde, no lo sabemos), un hombre de unos treinta y pico de años mira con apatía la Iglesia que esta frente a él. Acompañado solo por la decisión que tomó y la mochila que colgará de su espalda durante todo el relato, entra a la Iglesia para apostatarse. Aquí es donde todo comienza.
Gonzalo Tamayo (interpretado por el actor no profesional Álvaro Ogalla) es quien le da motivos a su madre (inculcadora de tradicionalismos familiares y católicos) para ocultar situaciones o mentir resultados: su errante desempeño académico, una relación con su prima (interpretada por Marta Larralde) que va más allá de lo platónico, el tener como única fuente de trabajo los favores que le hace a su padre o las clases particulares que le dicta al hijo de una vecina, entre otras cuestiones dignas de una vida dedicada a luchas de imposibles.
Empecinado en ser eliminado de todo tipo de registro que la Iglesia Católica posea de él, el protagonista nos obliga a acompañarlo en sus reflexiones (que varían de simples vaguedades a complejos argumentos legales) dedicadas a las obligaciones familiares, las constituciones tradicionalistas, las burocracias, la vida.
Este filme de Federico Veiroj (conocido por La vida útil y Acné), muta entre largas y pesadas escenas de Gonzalo en su cotidianidad (a veces en un tono demasiado periódico e intrascendente) y los mundos de fantasía que el protagonista crea consciente o inconscientemente en donde desarrolla planteos que en raras ocasiones ayudan a transitar la trama.
Co producción entre Uruguay (País de origen de Veiroj), España y Francia, pero con un marcado acento español, podemos experimentar los paisajes de un centro urbano ibérico, así como la tranquilidad de los suburbios. El Apóstata nos muestra el camino tomado por el protagonista a través del humor, el amor y lo absurdo intentando justificar en todo momento por qué toma esta decisión, con diálogos e imágenes que a veces traspasan la realidad, y otras veces solo sirven para justificar los 80 minutos de película.
Por Mariana Ruiz
@mariana_fruiz