Como una olla a presión
Un joven en un pueblito en el que quiere progresar, un amor y unas circunstancias desfavorables: buen debut de Tomás De Leone en la realización
Galardonada en la última edición del Festival de Mar del Plata como la mejor película en la Competencia Argentina, El aprendiz es el auspicioso debut de Tomás De Leone.
No hay nada nuevo narrativa ni estéticamente, pero tiene una solidez encomiable para ser una primera película.
Por un lado está la historia del joven del pueblo que quiere progresar. Desea hacerlo en todos los ámbitos, pero la realidad es que lo que lo rodea no le da mucho para sustentar sus anhelos. Pablo (Nahuel Viale, también premiado en Mar del Plata) vive en Necochea y se gana la vida como aprendiz de cocina. En verdad, quiere abrir su propio restaurante, y en verdad también se gana la vida realizando actividades delictivas en un grupete que no muestra demasiadas luces y que es comandado por Parodi (Esteban Bigliardi), un tipo detestable.
Pablo tiene un padre (el siempre efectivo Germán de Silva) que ya no vive con él y que ha formado otra familia, una madre alcohólica a la que debe atender, y un amor (Malena Sánchez: prestar atención a este nombre) que es su cable a tierra. Pero si necesita uno, es porque algo no funciona bien. Las presiones son muchas y Pablo puede, sabemos, pegar en cualquier momento un volantazo en su vida.
La historia intimista del protagonista se mecha con la delictiva y cada espectador sabrá con cuál quedarse.
Formalmente más que correcta, El aprendiz son los primeros palotes en el largometraje de De Leone. Y no se pegó ninguno.