Cuando uno se entera de qué va El aprendiz de brujo supone que se trata de otra película promedio de aventuras aggiornada a la moda del cine adolescente americano: apenas la historia de otro mago/héroe/guerrero teen medio acomplejado y con problemas comunes que recibe de golpe y porrazo la misión de salvar al mundo. Pero no: El aprendiz de brujo ni siquiera exhibe la prolijidad visual o el pulso más o menos firme para contar de las Harry Potter o Percy Jackson y el ladrón del rayo. La estrategia del director Jon Turteltaub parece ser no creerse nunca la historia: Nicolas Cage (y le volvieron a poner la peluca) es una mezcla imposible de misterio impostado y cancherismo de la peor calaña; Jay Baruchel aparece directamente como un tarado que no sabe hablar ni moverse y es un intento tristísimo de parodia del personaje del nerd tímido; Alfred Molina es el único que está bien, cumple como siempre, arrastrando las palabras y sacando panza. Para colmo, los actores, salvo por la dupla Cage y Baruchel, casi no interactúan entre sí: cada uno tiene sus planos y dice sus diálogos como en un unipersonal, sin responder al interlocutor (el montaje quiere disimular eso pegoteando las imágenes pero la desconexión se nota todo el tiempo). Encima, a Turteltaub se lo ve siempre forzando el guiño gratuito a otras películas, como queriendo hacerse amigo del público rápidamente y sin demasiado trabajo. El resultado se siente a los pocos minutos: El aprendiz de brujo no convence, porque incluso cuando se empeña en conquistarnos con toda la batería de efectos especiales (algunos son muy bonitos, hay que decirlo) se ve que la película no se toma en serio a sí misma, y cuando se decide a hacerlo, Turteltaub no sabe más que ponerse grandilocuente y echar mano a los diálogos más acartonados posibles (los mismos de los que la película se ríe el resto del tiempo).
Al final, lo único que realmente justifica la visión de la película es la lindísima Teresa Palmer. Palmer hace de Becky, la chica de la que está enamorado Dave (Baruchel) desde hace diez años. Incluso conociendo de antemano lo que va a pasar entre ellos, uno se pregunta qué volteretas va a tener que pegar el guión para que Becky termine enamorándose del paparulo de Dave. El cambio por el que atraviesa Becky con Dave (de mirarlo con asco a interesarse en él) es uno de los pocos puntos fuertes de la película, y la cara y los ojos de ella son mucho más disfrutables que todos los efectos digitales, las frasesitas de Cage o los tics de Baruchel juntos.