El papá de Bourne
Jason Bourne marcó el género de espionaje/acción de tal forma que es imposible ver una película por el estilo sin tener en la cabeza al agente encarnado por Matt Damon. Y, por lo visto, también es difícil filmar algo del género sin tratar de imitarlo. Pero la vara quedó demasiado alta. El propio Tony Gilroy, guionista de las tres Bourne, fracasó al dirigir ese intento de emulación que fue El legado Bourne (con Jeremy Renner). Y ahora el que se choca contra la pared es el veterano Roger Donaldson (Cocktail, Especies, El robo del siglo).
Pierce Brosnan vuelve a su traje de James Bond, pero sin tanto glamour y con un poco más de roña: el toque Bourne. Es Deveraux, un agente de la CIA retirado que es convocado nuevamente a la acción para una misión que él solo puede resolver. Algo saldrá mal y se desencadenará una persecución por bellas ciudades de Europa. Deveraux es, por edad, como el papá de Bourne: pelea como un campeón, tiene clarísimo cómo evadir a otros agentes de inteligencia, es un gran tirador, conoce soprendentes trucos tecnológicos.
Brosnan lo hace bastante bien. Y Olga Kurylenko suple con su belleza cualquier traba actoral. El problema de la película no está en sus protagonistas, sino en el guión. La saga Bourne tenía un mecanismo perfecto: cada acción tenía su causa y su consecuencia (y si no, iba todo tan rápido que no nos dábamos cuenta). Acá se llega a situaciones similares, pero faltan explicaciones, como si algún apurado se las hubiera salteado para poder pasar más rápido a las escenas de acción. Por suerte, en 2016 vuelve Bourne de la mano de Damon y Paul Greengrass, los mejores.