Hipérbole fallida
Recuerdo que cuando vi por primera vez a Pierce Brosnan, en Goldeneye, pensé que era de cartón corrugado. Lo cierto es que después me fue cayendo simpático y hasta creo -sin ser precisamente un experto en el 007- que puede pelearle con absoluta tranquilidad el premio a mejor James Bond a Sean Connery. Es un actor que supo pensar y reformular su categoría de estrella, siempre haciéndose cargo de que para la gran mayoría será eternamente una encarnación de Bond. Ver si no ese divertido y a la vez melancólico disparate que era El Matador, donde hacía de un asesino a sueldo con crisis existencial y al borde de la locura, o directamente ya inmerso en ella. El aprendiz -obvia y a la vez inapropiada traducción del título original, The november man-, basada en la novela de Bill Granger There are no spies, parecía que podía ser la película hiperbólica de esta etapa de su carrera, del mismo modo que lo era Escape imposible para Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger. Sin embargo, unas cuantas cosas fallan en el camino.
Y es una pena, porque todos los elementos estaban ahí, listos para un festival de la exageración y el desborde autoconsciente: un relato centrado en un ex agente de la CIA (Brosnan) que es reclutado nuevamente para una misión que involucra cuestiones personales y que se ve inmerso en una conspiración donde aparecen metidos no sólo la agencia, sino también el presidente electo de Rusia, con lo que se verá obligado a huir, perseguido por el que alguna vez fue su discípulo (Luke Bracey). En la historia, que juega con el obvio enfrentamiento entre distintas generaciones mientras los altos jefes andan tramando toda clase de movidas non-sanctas, se podía intuir un diálogo entre el universo de Bond, con sus tramas de espionaje anacrónicas y sin culpa, y la saga Bourne, donde los recuerdos duelen y poseen tantas resonancias políticas como las piñas y los tiros. Hasta la presencia de Olga Kurylenko alienta ese cruce, porque ha sido una chica Bond, pero del Bond de Daniel Craig, ese que se ha ido desarrollando teniendo como constante referencia a Jason Bourne.
Pero claro, el director del film es Roger Donaldson, un artesano cuya calidad de sus films va en relación directa con su compromiso con lo que cuenta: si le interesa, hace películas entretenidas, fluidas y hasta complejas, como El gran golpe y Sueños de gloria, pero cuando no, entrega cintas sin alma como El discípulo o Fuera de la ley. Y lo cierto es que no se toma el material que tiene entre manos ni en broma ni en serio: lo filma, directamente, sin ganas, con una puesta en escena rutinaria, sin ninguna inventiva. Si a eso le sumamos que el guión tiene unas cuantas arbitrariedades, que Bracey aporta poco y nada como contraparte y que tanto Brosnan como Kurylenko actúan en piloto automático, se forma un combo que condena a la película a la total intrascendencia.
De ahí que El aprendiz, que se suponía iba a dar inicio a una franquicia, demuestra tener pocos recursos a su disposición: su visión sobre temas como la lealtad, el deber, la violencia, los vínculos amorosos o la imposibilidad de escapar a los traumas del pasado es cuanto menos obvia y superficial. La impresión que queda es que el universo literario debía ser mucho más complejo e interesante que el que se delinea finalmente en el cinematográfico; y que Brosnan se merecía un film realmente hiperbólico y divertido. Quizás ya lo tuvo con El Matador, pero El aprendiz tenía el potencial para ser un gran entretenimiento aunque nunca se anima realmente a serlo.