El inexplicable sentimiento del fútbol
La coproducción italiano-argentina El arbitro (L’arbitro, 2013), es una fabula sobre todo aquello que rodea al fútbol deporte: el sentimiento, la pasión y el sentido de ascenso social; cuestiones incomprensibles e inexplicables que el director italiano Paolo Zucca recrea de manera particular, con un humor cínico y una puesta en blanco y negro de los personajes que habitan Cerdeña.
El film, que se basa en el cortometraje de Zucca con el mismo título, ganador del premio David di Donatello al mejor cortometraje en 2009 y el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cortometrajes de Clermont-Ferrand, narra la historia del Atlético Pabarile, el peor equipo del pueblo de Cerdeña, que verá renacer sus esperanzas con la vuelta del crack Matzutzi (Jacopo Cullin) proveniente de Argentina.
Pero si la corrupción está presente en la primera liga del fútbol internacional, imagínense en la tercera división donde el equipo se encuentra estancado. Montecrastu es su clásico rival que siempre los derrota, y está liderado por Brai (Alessio Di Clmenete), un hacendado dueño de las tierras que manipula la suerte de su equipo a su merced. En paralelo funciona la trama del árbitro Cruciani (Stefano Accorsi) que ansía por todos los medios llegar a dirigir una final. Los caminos se cruzarán de manera tan inesperada como ridícula, como todo aquello que sucede en la película.
Los primeros minutos de El arbitro generan una sensación contradictoria: placer visual y extrañeza al mismo tiempo. Es que Paolo Zucca realiza una puesta en escena simétrica, con una idea de perspectiva centrada y un uso perfeccionista del blanco y negro. Esta perfección visual, con tiempos suaves similares al ballet (vale incluir las coreográficas escenas de entrenamiento) choca con el grotesco universo del fútbol. Los utópicos anhelos de gloria de los personajes, se contraponen a los avatares corruptos que digitan el deporte. En tal contraste aparece el humor, especial y corrosivo del film, para retratar una serie de personajes mediocres de actitudes pero grandiosos de ánimo.
El director recurre también a planos contrapicados (la cámara a la altura del suelo), fastuosos movimientos de cámara (digitales o con grúas) para enaltecer aquello que no deja de ser un entretenimiento menor, el fútbol, pero que genera pasiones monumentales. Esa dicotomía recuerda a ciertos pasajes de la filmografía de Federico Fellini (la monja bajando al crack del árbol, escena similar a Amarcord), e incluso surrealistas al estilo de Fellini 8½ (1963). Zucca, oriundo de Cerdeña, trata de recuperar esa mirada majestuosa y critica al mismo tiempo que el director de La Dolce Vita (1960) tenía sobre su Italia natal.
El arbitro no deja de ser una película extraña, pero a la vez genial. Basta dar con el tono que emplea para disfrutarla. Cuenta con un par de escenas memorables: la anciana pegando con el paraguas al árbitro, o el árbitro corrupto que siente placer de tener el poder de decisión en la cancha; para graficar el sentimiento inexplicable que el fútbol genera en los habitantes de un pequeño pueblo de Italia, que bien podría ser argentino.