Hace un tiempo que dejé de ver noticieros tradicionales para ver los de fútbol, esos donde varios tipos se juntan a opinar -casi siempre gansadas- y dar noticias sobre el campeonato. Hasta hace algunos años opinaba lo que seguramente sienten muchos de ustedes, me parecían una idiotez atómica. Pero los empecé a disfrutar como también disfruto más del fútbol. Y si existen -y hay varios- es porque el fútbol garpa, y paga en miles de cosas: entradas, camisetas, programas de radio y TV, banderines, llaveros, tangas, lo que sea. Le ponés a algo un escudo de un club y vende. Lo raro es que no esté tan explotado en cine. Hay algunas películas sobre mundiales, un puñado sobre hooligans pero, ¿dónde están las sport movies que nos merecemos? Si alguien tiene -debe- hacer películas deportivas sobre fútbol somos nosotros, y los tanos claro.
Bueno, el italiano Paolo Zucca se avivó y lo hizo. Y nosotros participamos, como debe ser: coproducción, compañeros. Al deporte más lindo del mundo -como dice Kempes pero lo sentimos todos- lo presenta con el oficio más feo que lo rodea: el del árbitro. Porque si te gusta el fútbol elegís ser delantero o enganche, hermoso hacer goles; si sos medio madera podés ser 5 o defensor; el gordo va a al arco, no le queda otra. Pero, ¿arbitro? Vamos…
Y Zucca sabe que lo del árbitro -aunque se robe el título- es detalle accesorio, y nos regala una comedia que trata más sobre una liga ignota con un clásico de un pueblo perdido de Cerdeña que sobre el vigilante del juego. Nos presenta al equipo del aristócrata de la aldea y al equipo proletario. El primero gana todo y el segundo es un desastre hasta…hasta que llega el Diez. El eterno enganche que contagia a todos, que gana partidos, que hace que más gente vaya a esas canchas de tierra que no tienen ni tablones: el Maradona, el Messi, el Baggio. El chabón capo es Matzutzi (Jacopo Cullin), tiene un mullet ochentoso y está atrás de una endiablada Geppi Cucciari. La historia del árbitro, que va en paralelo, se cruzará eventualmente con la del héroe de la gente y el garca aristócrata, todo en un blanco y negro potente como las palabras de un técnico ciego y la rabia de una vieja barrabrava.