Con el espíritu del potrero
El fútbol, abordado con una mirada cómica, grotesca y exagerada, pero que consigue entusiasmar a la platea.
La poca cantidad de películas que existen sobre fútbol es un indicio de que el deporte más popular no se lleva del todo bien con el cine. Quizás uno de los motivos de esta mala relación sea la dificultad de filmar un partido ficticio y hacerlo lucir creíble. Ahí está uno de los aciertos de El árbitro: el fútbol está abordado con un mirada cómica, grotesca, exagerada, que no admite comparaciones con la realidad pero, de todos modos, consigue captar cierto espíritu del juego. Como para acentuar ese efecto de distancia del fútbol nuestro de cada día, la película está filmada en blanco y negro. Y tiene el aire de algunos buenos cuentos de Osvaldo Soriano o Roberto Fontanarrosa, protagonizados por hermosos perdedores, nacidos y criados en pueblitos olvidados que viven los más intensos momentos de sus vidas corriendo detrás de una pelota.
El italiano Paolo Zucca filmó su opera prima a partir de su premiado cortometraje homónimo, que mostraba un partido de fútbol demencial. Para convertirlo en largometraje sin diluirlo, Zucca decidió hacer una precuela, contando el pasado reciente de algunos de los protagonistas y cómo habían llegado hasta esa final decisiva. Así, hay dos historias en paralelo que en algún momento se unen: la de un árbitro en ascenso que se encamina a dirigir la final de una importante copa europea, y la de dos equipos que compiten en la remota liga de Cerdeña.
La película es despareja, y se queda a medio camino cuando intenta hacer reflexiones serias -como la comparación del árbitro con un mártir cristiano-, pero tiene unos cuantos momentos y personajes muy logrados. El director técnico casi ciego, siempre con su amenazante bastón en la mano; la anciana tifosa de pañuelo negro, típicamente italiana; el flaco habilidoso y goleador lookeado como un jugador del Brasil del ‘70; el árbitro bombero y el narcisista, que se siente más estrella que cualquier jugador. Todos conviven día a día en esos bellísimos pueblitos italianos -o argentinos, o de donde fuera-, y los fines de semana se matan a patadas en esos partidos disputados en el medio de la nada, con más futbolistas en el campo de juego que hinchas en los tablones. Trazos que hacen de El árbitro un cariñoso homenaje al fútbol amateur, ése que no mueve millones pero mantiene viva el alma del deporte.