Los hombres son golpeados por el arbitro
Para aquellos amantes del fútbol, “El arbitro” de Paolo Zucca es una película que deben ir a ver. Filmada en un cálido blanco y negro, se trata de una comedia italiana que satiriza muchos de los lugares comunes que se ven en el fútbol corriente, sin pretender denunciar absolutamente nada, simplemente por el hecho de reírse de lo absurdo que puede ser el fútbol por momentos.
El arbitro toma 2 historias en paralelo que se cruzan por lo descabellado de la película, por un lado está la historia del Cruciani (Stefano Accorsi) cuya excelencia al momento de impartir justicia lo pone al borde de uno de los hechos más esperados por cualquier juez, dirigir la final europea de clubes. Por el otro lado vemos la parte más amateur de este deporte y es la competencia de aficionados en Italia, como eje en los equipos de Atletico Pabarile, un equipo humilde y sin expectativas de ganar con un entrenador ciego llamado Prospero (Benito Urgu), frente al “poderoso” Montecrastu, con el arrogante Brai (Alessio di Clemente) y su entrenador Quirico (Quirico Manunza) que tienen todas las chances de ganar el torneo.
Sin embargo, el destino de perdedor del Pabarile es torcido con la habilidad, los amagues y las simulaciones en el área de parte del nuevo jugador Matzuzi (Jacopo Cullin) que vuelve al pueblo luego de que su familia haya probado suerte en Argentina. Toda una declaración de las cosas que le brinda el fútbol argentino al europeo, la picardía criolla no sólo se ve en la cancha, sino en el porte del jugador italiano criado en Sudamérica que busca reconquistar al viejo amor de su infancia Miranda (Geppi Cucciari).
La fotografía, la dirección y los planos que eligió Paolo Zucca embellecen el relato, más allá de la trillada última cena y que el blanco y negro la mayoría de las veces enamora por convención, el retrato del fútbol de aficionados muy pocas veces se sabe condensar de forma exitosa en la pantalla y la habilidad para representar ciertos personajes también fue acertada. En Matzuzi vemos el típico jugador latinoamericano que va a Europa a hacer una nueva vida, se gana al pueblo a fuerza de goles y también la representación de aquel jugador estrella del cual depende todo un equipo. La metáfora de Prospero y su ceguera remite a aquellos entrenadores cuyas decisiones nadie logra entender, o la excentricidad y la corrección del arbitro Cruciani le da un toque especial a sus apariciones, sin embargo, en las escenas del arbitro Mureno (Francesco Pannofino) está el punto más alto de la película. Es difícil que la intervención grotesca del referee no haga tentar a más de uno.
El arbitro se trata de una comedia negra donde los pequeños gags son los que llenan al espectador, pero en la mirada global, muestra al fútbol exponiendo lo turbio de su naturaleza de forma divertida y sin pretender una denuncia a la FIFA, UEFA o el organismo que quieran, simplemente son los intereses del fútbol de todas las competencias, desde la ultra profesional hasta el fulbito de barrio. Todos quieren ganar a costa de cualquier hecho fortuito que suceda, y eso implica que el cambio de héroe a villano sea tan volátil como instantáneo.
En definitiva, todos lloramos por las injusticias en el fútbol, pero si algún día nos dan una mano, miraremos para otro lado.