La juventud te persigue Desde el presente turbulento de Chile llega Araña, un film que va hacia el contexto pasado y se desarrolla en los momentos previos a la asunción de Salvador Allende en una historia de militantes de la agrupación de extrema derecha “Patria Libre”, cuya intención era combatir este ascenso de la izquierda a través de la violencia. Sin embargo, Araña también se desarrolla en el presente en el cual Inés (Mercedes Morán) es una alta ejecutiva de una empresa y su marido Justo (Felipe Armas) es un hombre ya retirado que sufre entre la mezcla de antidepresivos y el alcohol. Ambos, en el pasado (interpretados por María Valverde y Gabriel Urzúa, respectivamente), eran brazo ejecutor pero también altos cargos de la agrupación, y tuvieron una relación muy cercana con Gerardo (interpretado por Marcelo Alonso y Pedro Fontaine), cuyo destino derivado de la época de la dictadura pinochetista fue completamente opuesto. La historia se retoma cuando, al principio del film, Gerardo pisa con su camioneta a un joven que le roba la cartera a una mujer. A partir de ahí, los primeros minutos de Araña llaman la atención y son interesantes para cualquier amante de la historia, con el condimento de la tensión sexual que se va generando entre los jóvenes Inés y Gerardo. Ahí es donde se destacan las actuaciones tanto de María Valverde como de Mercedes Morán, que se hacen cargo del film con personajes tan oscuros como seductores. Y también gana en la expectativa, porque el guión trabaja muy bien la duda de lo que pasó entre los compañeros y en saber porqué el destino de Gerardo fue tan desventajoso para él, a diferencia de Inés y Justo. Sin embargo, la ejecución de un desenlace tan esperado desconcertó un poco, a pesar que el problema no fueron los hechos en sí. En determinadas escenas la tensión no escaló como ameritaba y eso le quitó dramatismo a momentos claves del film. A pesar de eso, se puede considerar que Araña es un film bien trabajado en lo técnico y en la dirección de arte; un film que te lleva directo al clima histórico y toma una posición clara, pero en ningún momento es despectivo o juzga a sus protagonistas con su posicionamiento. Se trata de un film que sabe interpretar que la historia tiene sus motivaciones del momento y todos actúan a partir de ellas. Por eso como testimonio es enriquecedor.
Dog eat dog En un momento muy convulsionado de nuestro continente (y mundo), llegó “El Guasón” (2019) como símbolo para hacerse parte de algunas de las protestas que se están dando en Chile, Ecuador, Hong Kong o Líbano. Si bien el mensaje de la película fue bastante directo y literal deja varias aristas que dan lugar para la discusión. Quizás el problema de este film al analizar los estallidos sociales es que en las sociedades – o la política – no hace falta un clima muy tenso ni una desigualdad tan evidente para que ocurra el desencadenante, Chile es el ejemplo más evidente al respecto. Las tensiones muchas veces están tan ocultas y la desigualdad está tan naturalizada que el desencadenante es imprevisible. Parasite (2019), la última película de Bong Joon-ho y ganadora de la Palma de Oro en Cannes, es un claro exponente de este tipo de choques sociales porque muestra cómo todos los estratos sociales luchan entre sí para mantenerse y no es necesario poner el dedo en una parte del sistema para demostrar que falla por todos lados. El film expresa esto con una variedad de registros que va desde la comedia, la parodia, la tensión y la acción, el drama, el gore y el terror, y un final tan triste como desolador. También una puesta en escena en la que ningún elemento está puesto al azar y una fotografía muy bien lograda. El film retrata como protagonista a una familia de bajos recursos de Corea, en la cual sus integrantes viven con un trabajo ultra precario, como pueden, hasta que Min (Park Seo-joon) amigo del hijo de la familia, Kim Ki-woo (Woo-sik Choi), le ofrece un trabajo como tutor de inglés de la hija mayor en la casa del señor Park (Lee Sun-kyun), una familia adinerada y de muy buen pasar. Lentamente, Ki-woo verá que se generan oportunidades de trabajo para el resto de su familia (algunas abiertas de forma poco ortodoxas) y de a poco se irán acoplando a la vida. El giro de la película es delirante in crescendo y todo lleva a un final inesperado, dramático y fuerte, que deja pensando demasiadas cosas relacionadas con la clase de seres humanos que somos en general, tanto en oriente como occidente. La cuestión que se pone en tela de juicio es el egoísmo en general, la ambición y la falta de empatía, sin necesidad de hacer una crítica puntual o social. En “Parasite” no hay héroes, no hay víctimas, no hay bien y mal, son todos personajes despreciables por un motivo u otro. Desde la familia sin escrúpulos que miente constantemente para conseguir un beneficio y un nuevo trabajo, la familia rica sin ningún tipo de empatía por lo que la rodea que deja sin trabajo a la gente dejándose influenciar por cualquier tipo de comentario, sin comprobar nada. El engaño como método constante de supervivencia, ya sea para autoconvencerse de que las cosas son perfectas, para engañar a los demás, o para sacar ventajas. Después está la representación de determinadas cuestiones más relacionadas con lo que es la sociedad coreana, la mención a Corea del Norte, los problemas en los barrios más humildes y la falta de contención del Estado, en menciones sutiles pero contundentes. El símbolo visual y estético de la película es la escalera, en todo momento los personajes suben y bajan de un ambiente a otro para esconderse, y simbólicamente subir en la escala social. Una forma de querer escalar a la fuerza, un procedimiento para lograr lo que quiere y hundir al otro. Un error y sos descubierto, una falla y no hay lugar en el sistema. No se trata de una película de denuncia con un mensaje social. Se trata de un enredo de humor negro y suspenso que no deja respiro y mantiene la tensión en todo momento. Pero el mensaje que brinda va más allá de lo literal y eso es lo más destacable.
Cambiar como se puede La vida del adolescente es siempre una dificultad, venga del lugar del venga. Por el cambio de vida, de expectativas, por las nuevas búsquedas y por lidiar con una revolución en el cuerpo que genera nuevas responsabilidades y desafíos que los jóvenes se mueren por tener pero aún continúan en un camino de aprendizaje. Eso es “La Botera”, la ópera prima de Sabrina Blanco, un retrato fiel de todo lo que significa esa etapa. Eso y un poco más, porque Tati (Nicole Rivadero) es una joven de 13 años que habita en una humilde vivienda en la Isla Maciel. Ella no sólo atraviesa las dificultades propias de la edad: malas notas en la escuela, bullying de sus compañeras, despertar sexual y conflictos con su padre. Sino también el deseo de trabajar como conductora de bote en el trayecto de la Isla Maciel hacia la Boca, y ahí establecerá una relación con Maxi (Alan Gómez) que le enseñará el oficio y también el ida y vuelta entre el deseo sexual. Se trata de un filme del estilo coming of age muy realista y honesto en el contexto en el cual se desarrolla, filmado en muchas ocasiones en cámara en mano y con una fotografía gris que pega muy bien con los eventos que le tocan vivir a Tati. Sobre todo en la relación dentro de su casa, con un padre (Sergio Prina) con el cual vivirá en conflicto permanente ya sea por los cuestionamientos que le hace ella a él, al haber vendido el bote y reclamando por su ética laboral, como los que como padre debe contener (como puede) a una hija que lo desafía. Lo destacable de La Botera es que no trata todas estas dificultades como golpe bajo, como culto a la marginalidad o un drama eterno e inhumano. Muy por el contrario, muestra todas las dificultades que implica vivir siendo una adolescente en un barrio humilde con una cara humana en todos sus aspectos. El ejemplo más claro es al convivir con un padre alcohólico con una vida desordenada, éste no es retratado como un personaje completamente despreciable sino que se lo muestra como alguien que intenta educar a su hija como le sale. Así es con todas situaciones o las relaciones humanas que van transcurriendo a lo largo de la película. Tanto en la dirección como en la performance de su actriz protagónica hacen fluir todo este universo con una naturalidad notable. La botera es un film crudo sin ser duro, es tierno sin dar ternura. Es un ejemplo vívido de cómo son las vidas de las jóvenes y como son los jóvenes sin apelar a ningún estereotipo social. Por eso es celebrable. Por Germán Morales
De uno de los directores de “Línea de 4”, y con la producción de Cohn-Duprat, Hora-Día-Mes recorre la vida de Bernardo Talavera (Manuel Vicente), un trabajador de un garage a en la ciudad de Buenos Aires. El film, narrado maravillosamente por el escritor Marcelo Cohen, se encarga de hacer mágico lo cotidiano. A través de las relaciones con los clientes y la voz en off, conocemos obra, vida y pensamiento (sobre todo esto último) de una persona cuyas circunstancias en la vida no fueron del todo favorables (pero tampoco desfavorables) y como terminaron llevando a Nando, un amante de los autos, a trabajar en ese garaje. La fotografía y la poesía del narrador le otorgan belleza al relato y llevan al film a momentos de gloria. Sin embargo, el recurso se agota a mediados del trabajo y termina siendo un poco tedioso sobre el final. Más allá de eso, la magia de lo común está bien fundamentada, las particularidades del personaje, de sus pasiones y de una vida que se encuentra atrapada en una rutina donde la costumbre, y también su falta de deseo, no le permiten salir. La reflexión final sobre el tiempo, el hombre y sus aconteceres es interesante para pensar y salir de la óptica lineal de la vida. Lo bueno es que a pesar de ser un relato de la cotidianeidad, Nando no sólo queda retratado como el “hombre común”, sino que en sus obsesiones con los autos y el clima, se permite huir de las convenciones por las noches, en esos escapes de lo políticamente correcto.
Entre las películas que cuentan con una buena cantidad de nominaciones en la edición 2019 de los premios Oscar, encontramos a Green Book. Se trata de una road movie que cuenta con varios de los requisitos habituales en los films que suelen ser galardonados: conciencia social, buenas actuaciones con gran química entre los protagonistas y una historia simple y profunda a la vez. A pesar de no destacarse en los rubros técnicos, ni que la fotografía o el vestuario brillen en sus 2 horas de duración, el guión de Green Book es la estrella principal de la película y, sobre él, se remarca el contraste de dos personajes incompatibles. Green Book es una historia basada en hechos reales que se desarrolla durante los años sesenta, en los Estados Unidos. Por un lado, se encuentra el protagonista, Tony Lip o Anthony Vallelonga (Viggo Mortensen), un italo americano radicado en Nueva York, muy arraigado a la “vieja escuela” y las costumbres conservadoras de la sociedad Occidental. Tan trabajador como entrador, y un poco racista por inercia. Conocedor de la calle y criado bajo esa ley, Tony está varios meses sin empleo ya que su habitual trabajo en el establecimiento Copa fue suspendido. Mientras intenta rebuscarse la vida con apuestas y empeñando sus bienes más valiosos con tal de esquivar a la mafia italiana, aparece el “doctor” Don Shirley (Mahershala Ali). Un virtuoso pianista afroamericano que lo convoca a Tony para una gira musical por los Estados racistas del sur con su banda, en los lugares más destacados de la alta sociedad. Los hábitos refinados y elegantes del Doc, contrastan con la testarudez y la rusticidad de Tony, y allí se potencian los puntos más altos del film, sostenido por el papel de ambos actores. Tanto Mortensen como Ali, hacen carne su papel y se complementan muy bien al brindar momentos cómicos, emotivos y dramáticos. Esa variedad de sentimientos se viven constantemente, lo que hacen de Green Book una buddy movie bastante completa en cuestión de estilos narrativos. Cruzar el sur redneck no es fácil para los personajes, en especial por la actitud de las autoridades estatales. Con tanta película sobre cuestiones raciales en los Estados Unidos, Green Book no es una excepción en cuanto a la búsqueda de un mensaje fuerte, y al mismo tiempo es fluida ya que logra una gran química en la relación de sus protagonistas. Todos los personajes crecen en el desarrollo de este filme y no solamente se trata de un relato moral que busca una lección, sino que es un film de hermanos dispares que se fortalecen y aprenden en el proceso. En ese sentido, eso es lo mejor que tiene Green Book a nivel narrativo. Por el otro lado, la película es universal al exhibir las diferencias entre los seres humanos, exponiendo varios grises en la pertenencia de un grupo. Es interesante el dilema del personaje de Shirley que a pesar de destacarse en su ámbito y no ser aceptado por la alta sociedad por la cuestión racial, también se le dificulta encontrar su espacio entre los suyos, justamente por estar al margen de la media. La historia del músico está retratada de una forma distintiva ya que busca romper las barreras desde la cultura y se hace un lugar de respeto por su distinguida interpretación de la música. Don Shirley no fue pionero en quebrar el racismo, pero si fue uno de los tantos que trabajaron por romper con los prejuicios y Green Book trata indirectamente sobre todos ellos – en especial las figuras del blues y el rock – y les brinda un sentido un homenaje.
La vuelta de la democracia en 1983 significó una toma de conciencia para gran parte del pueblo argentino. La sangrienta dictadura que empezó en 1976 resignificó la famosa frase “golpear la puerta de los cuarteles”, que antes era visto por cierto sector de la sociedad civil como una necesidad de “reordenamiento”, y que luego de 1983 sería el recuerdo de algo siniestro e indeseable. En ese contexto es importante traer al presente los hechos ocurridos en el alzamiento carapintada de 1987 que narra la película “Esto no es un golpe”. Porque muchos de los que vivieron esa época todavía lo recuerdan, y es indispensable volver allí con la voz de los protagonistas, para resignificar esos días y discutir la imagen amarga de la interpretación posterior al discurso de Alfonsín. También como un juego de la historia que se arma, desarma, interpreta y reinterpreta, nadie es inocente en la recuperación de un acontecimiento tan determinante para la vida de los ciudadanos de una nación. Y la mirada de Sergio Wolf no es inocente. El documental hace un minucioso trabajo y una ardua restauración de lo que ocurre en esos días, desde la motivación inicial de los carapintadas, las rutinas de Alfonsín, las internas políticas y militares, los juegos comunicacionales, el manejo de las masas, la defensa y la especulación de lo peor. Su material más destacado es el archivo de los medios de esos días, siempre manoseado y despreciado por las autoridades nacionales, aquí con una gran calidad y mucha precisión para seguir lo ocurrido, volviendo a una época en la cual los canales de televisión eran cinco e Internet era una red universitaria en Estados Unidos. En “Esto no es un golpe” se hace el foco sobre el detrás de escena y eso ayuda a posarse desde una perspectiva diferente sobre el accionar de Raúl Alfonsín. Una figura un tanto venerada por ser el padre de la democracia, y otro tanto castigada por el final de su gobierno, y en particular, sobre el accionar en este caso. El film no justifica las consecuencias y las decisiones posteriores al alzamiento (la ley de obediencia debida), pero sí pone en contexto la dificultad y la capacidad de su gestión ante una amenaza concreta. Y sin dudas, la figura de Aldo Rico toma relevancia por peso propio, sobre todo por las versiones cruzadas que genera el mismo argumento y por la fuerte personalidad del militar, con más de un momento incómodo dentro del trabajo, en el cual la versión de Rico quiere imponerse por la fuerza. La película de Sergio Wolf se trata de un material histórico valioso, no solo para recordar esos días, sino para renovar el contrato social en torno a la recuperación de la democracia y, en especial, para revalorizar la figura de Raúl Alfonsín, un presidente un tanto castigado por el rumbo económico de su gestión, pero con una fuerte carga simbólica en varios aspectos. Como suele ocurrir en nuestra historia, es un presidente que genera múltiples interpretaciones según la ideología personal de cada uno y que deja la sensación de no haber sido lo suficientemente valorado. Pero las luchas de poder y la interpretación del momento son siempre más fuertes que cualquier valoración romántica posterior.
En un trabajo que podría calificarse como costumbrista, pero al mismo tiempo se escapa de muchas de las lógicas de esta tendencia artística, “Música para casarse” (2018) tiene muchos elementos que logran empatizar con una buena parte de los espectadores, ya sea para lograr que se sientan identificados, atraídos o se familiaricen con el universo que propone. Se trata de una historia muy humana, sin grandes pretensiones, que utiliza bien sus recursos y es natural en la historia que cuenta. Guillermina (María Soldi) se casa y su hermano Pedro (Diego Vegezzi) debe volver a su pueblo natal – Vera, Santa Fé – para cantar en la boda junto con Pablo (Mariano Saborido), su mejor amigo y ocasional compañero de cuarto en Buenos Aires. La química y el contraste de los dos amigos es uno de los puntos fuertes de la película, mientras Pedro es retraído e inseguro, Pablo compensa todas sus debilidades e intenta ayudarlo a sobrellevar mejor todos los conflictos que tiene con este importante cambio en la vida de su hermana. Porque el film habla indirectamente de muchas cuestiones, sin salir del eje que está puesto sobre el casamiento, el regreso al pueblo y el reencuentro familiar. Entre otras cosas que toca, habla de la vida que dejó el protagonista en Vera, con todo lo que implica crecer, los celos familiares, las anécdotas del pasado que atormentan su vida, la timidez de enfrentar sus deseos, y también, los personajes típicos de pueblo, las antiguas rivalidades y las que se generaron, los chismes y la sensación de vivir en un gran hermano sin cámaras. Todo, en tono de comedia que mide perfectamente la precisión de sus chistes, no intenta exagerar sus recursos y se mantiene en el molde para potenciar la credibilidad de los hechos. Esto hace de “Música para casarse”, una historia honesta, tierna y adorable, muestra que las relaciones tienen muchos matices y además, el film se escapa de lo “normativo”, algo que suele suceder con el famoso costumbrismo. En esto es clave la dirección de actores y el trabajo de los actores en general, que logra brindarle credibilidad al relato y de lo que se ve en pantalla. No hay grandes personajes secundarios que se coman la pantalla o busquen dar un impacto efectista, se trata de un universo bien armado en el cual cada parte cumple su función y tiene un rol en la historia. Esto la diferencia de muchas comedias, ya que no pretende juzgar la manera de ser del protagonista, ni el universo que transitan (teléfono para “El ciudadano ilustre”), ni tampoco busca el chiste fácil que por momento insinúa pero lo resuelve de manera más insólita, como en la fallida despedida de solteros. Una tierna comedia para ver que la vida puede seguir igual, a pesar de todos los cambios que nos atraviesan.
Al leer la sinopsis del film, uno espera encontrarse con una película más relacionada con hechos sobrenaturales, con la típica mística de las películas de extraterrestres que cierran con el mensaje “no estamos solos”. Sin embargo, Testigo de otro mundo es mucho más que eso. Se trata de un documental que aborda la problemática de los que dicen haber tenido experiencias con entidades que no parecen ser de nuestro planeta, se centraliza en el pensar, sentir y sufrir de Juan Pérez, quien fue abducido durante su infancia en Venado Tuerto en 1978. Lo hace desde un lado muy humano, sin poner en cuestión la existencia de los extraterrestres, sino en los traumas y las consecuencias que marcaron su vida y con los que sigue viviendo, aún hoy casi 40 años después. Tanto es así que al verlo en cámara, Juan de 50 años, todavía tiene cara de niño. Con ese objetivo, el director del film, Alan Stivelman se encarga de presentarnos y seguir la vida, mientras busca lograr una explicación que ayude a Juan, logrando una purgación en su relación con el traumático hecho. Entre consultas con chamanes guaraníes, expertos en los fenómenos OVNI, con la colaboración especial de Jacques Vallée, un reconocido astrónomo y ufólogo, el documental hace un trabajo de campo que dura aproximadamente un año entre viajes y entrevistas. El film al mismo tiempo se vale de recrear muchas de las escenas del pasado a través de dramatizaciones y animaciones. Se trata de un film más asociado a lo espiritual que al fenómeno OVNI, en el que se generan reflexiones muy interesantes sobre el hombre actual y nuestra relación con lo metafísico, la soledad, la naturaleza, las sociedades como comunidades y sobre todo, el sufrimiento de las personas que sienten o ven algo diferente que el común de la gente. Por eso, Testigo de otro mundo resulta un documental muy recomendable, ya que aunque el espectador no se sienta muy interesado por el fenómeno extraterrestre, se trata de una mirada diferenciadora del resto de este subgénero, y lo trae al llano. Genera empatía con el afectado y impulsa una visión sanadora de las cosas que ocurren a lo largo de nuestras vidas, más allá de este caso en particular. Porque en definitiva, sin buscarlo, trata sobre las diferencias que tenemos los seres humanos y la riqueza que hay en todos nosotros. Por Germán Morales
Sección: Noches especiales. Hacer una película de una figura tan popular es tener medio gol hecho, porque se juega con la magnitud de su figura para atraer público. Pero al mismo tiempo trae una gran responsabilidad y un peso importante, porque hay una buena posibilidad de atraer críticas negativas por no ser lo suficientemente exhaustiva o recortar el universo de la figura convenientemente con el fin de no retratarla en sus miserias. La particularidad de “Yo, Sandro” es que Miguel Mato decidió darle la voz exclusivamente al cantante. El director decidió no hacer intervenir otra voz, ni placa explicativa alguna, y esto es una ventaja por un lado, porque nos deja conocer a Sandro, de acuerdo a lo que Roberto Sánchez dice y parece ser. Es una desventaja por el otro, porque deja de lado un montón de información que podría sumarle a los espectadores que quieren tener más datos y otras miradas en relación al ídolo. De una forma u otra, se trató de una decisión acertada para conocer más la personalidad y tener una perspectiva cercana de su forma de ser. La narración en primera persona, junto con la gran cantidad de imágenes de archivo, algunas muy caseras y otras que se mezclan entre fotos, películas y demás, saben mostrar la calidad y la sencillez de un cantante muy popular que lleva su fama con naturalidad y con conciencia, algo de lo que no muchos ídolos pueden dar gala. A esto solo se suman los testimonios de las “nenas” (sus clubes de fans) en las cintas que le enviaron a lo largo de su carrera, que ayudan a dimensionar la magnitud de Sandro. Fue un recurso que fue sobreutilizado en el trabajo, pero útil. Mientras que las dramatizaciones de la vida y del contexto en el cual creció Sandro fueron acertadas y medidas para salir de nuestra contemporaneidad ultra conectada e instantánea. En definitiva, “Yo, Sandro” no busca mostrarse como la película definitiva para seguir la carrera en números, viajes, éxitos y la masividad del artista. Aquí conocemos a Roberto Sánchez, de dónde viene y cómo se transformó en Sandro, trata de acercarse a su humanidad y en buena medida lo logra. Y por eso, quizás, pueda dejar a cierto público inconforme con lo que intenta hacer, porque cada espectador tiene una expectativa diferente con la representación de un ídolo tan popular. El acercamiento que busca es cualitativo y en la búsqueda de ese objetivo, se puede decir este film logra una llegada muy íntima con la figura, por el propio brillo de su carisma y personalidad. Por Germán Morales
Como Manchester by the sea (2016), esta es una de esas películas que tienen todo para el golpe bajo y logran tocar el tema con una elegancia digna de un enganche de vieja escuela. La película de Carla Simón muestra una historia muy difícil que sin embargo, llega con mucha naturalidad al espectador: Frida (Laia Artigas) en su primer verano en las afueras de Barcelona convive con sus tíos Esteve (David Verdaguer) y Marga (Bruna Cusi), luego de la muerte de su madre. La increíble actuación de Laia Artigas muestra una clara situación, pasa de ser hija única mimada, a compartir el tiempo con su adorable prima Anna (Paula Robles). La relación entre ambas es de lo mejor del film, por un lado con la tensión y los celos de Frida, y por el otro la admiración y la incondicionalidad de parte de Anna. Frida es testigo constante de los comentarios que se hacen sobre ella y los prejuicios que sufre por ser hija de una madre que murió por haber contraído SIDA. Otra de las cosas loables del film es que se fija en todo momento en la visión de Frida y su sentir. Con ella vamos entendiendo porque su madre murió, qué fue lo que le sucedió e incluso parte de la personalidad de su madre. No es el primer film que se fija en la visión del niño en un tema tan complejo, pero Estiu 1993 logra tomar todo con una naturalidad sorprendente y supera el tema del entendimiento de la muerte o la discriminación/estigmatización que pudo haber sentido una niña por la enfermedad de su madre. Verano 1993 se trata del amor que un niño necesita para crecer. Mucho se menciona acerca de su crianza y su personalidad revoltosa, pero en el fondo lo que busca es atención y cariño. Por otro lado, muestra de sobra la dificultad que tienen los adultos por llevar y hacerse cargo de un niño que no eligieron criar, o de un hijo que no pueden contener. En definitiva, el film de Carla Simón deja más que presente que el amor debe estar sobre todas las cosas, y que para lograr eso no alcanza con brindarle al niño todo lo que desea.