Sobrevivir y (re)pensar el Holocausto
¿Cómo vivir con el dolor insoslayable de ser víctima del Holocausto y volcar esa experiencia hacia el ejercicio reflexivo y no al odio visceral? El polaco Jack Fuchs perdió a toda su familia (padre, madre y tres hermanos) en Auschwitz. Luego fue a Dachau hasta el desenlace de la Guerra. De allí a Estados Unidos y, varios años después, a la Argentina, donde comenzó a pensar acerca de las consecuencias de la Shoah y la memoria. Desde entonces ha escrito libros, artículos y columnas en diversos medios, además de dar charlas en distintas facultades en las que narra sus experiencias. Justamente esas experiencias son uno de los ejes centrales de El árbol de la muralla, vista en una docena de festivales, entre ellos el de La Habana.
El neuquino Tomás Lipgot ya había mostrado en Moacir (film sobre un particular artista brasilero internado durante años en el Borda) y Recta final (sobre el cineasta y escritor Ricardo Becher) que su interés cinematográfico trasciende la pura anécdota personal de sus personajes; que prefiere, en cambio, mostrarlos en su cotidianeidad. Cotidianeidad en la que, claro está, su pasado y la reflexión acerca de él serán uno de los ejes centrales, ya que una buena porción del metraje está dedicada al relato del protagonista y a las sensaciones de su regreso a su pueblo natal de Lodz a comienzos del siglo. “Parece que todo tiene que ver conmigo pero a la vez no”, dirá en medio de una geografía desconocida.
Pero no es único eje, ya que lejos de quedarse con esa imagen, Lipgot lo muestra a Fuchs cocinando, hablando por teléfono o lavando, siempre con buen humor, construyendo así una criatura más devota y atenta con el prójimo que consigo mismo. Así, El árbol de la muralla se convierte en un relato acerca de las posibilidades de seguir adelante ante la adversidad y de cómo el pasado es una presencia latente en el presente.