Tomás Lipgot ya había demostrado en su anterior documental Moacir, una precisión casi inigualable para acercarse a personajes que parecerían pequeños y convertirlos en enormes, gigantes, sobre todo (más en este caso) por la riqueza de su historia, a pesar de la dureza de la que hablamos.
La figura principal de El árbol de la muralla es Jack Fuchs, sobreviviente polaco del campo de concentración de Auschwitz. Pero no es este un documental sobre el horror del Holocausto, sino sobre lo que vino después para un sobreviviente tan joven como él; aunque claro, las reminiscencias al espanto son permanentes.
Luego del asesinato de toda su familia vino el exilio en Argentina, y de alguna manera se sobrepuso, como y hasta dónde se puede. Hoy con sus 88 años es un hombre callado, que despierta ternura, y que no necesita explicaciones sobre lo sucedido ni un por qué de ese actuar perverso, ¿acaso existen esas respuestas?
Lipgot lo muestra en su rutina cotidiana; regresando a su pueblo natal al que le cuesta reconocer; dando algunas conferencias; y junto a su entorno cercano. También se intenta dar un cierto análisis psicológico de su personalidad mediante charlas con profesionales, pero no pareciera que Jack esté demasiado convencido o atento sobre lo que se dice.
Habrá momentos también para hablar de los horrores locales, de las dictaduras, muchos de sus amigos las sufrieron, y sirve como una suerte de contrapunto interesante.
Lipgot logra algo que pareciera imposible, hacer un film sobre un sobreviviente del nazismo, sin mostrar las crudas escenas y sin evocar al golpe del espanto. A pesar de lo duro de lo que se cuenta, no es mostrado de una manera cruda, sino hasta esperanzadora, como intentando demostrar que hasta del peor horror una persona se puede sobreponer a fuerza de espíritu.
El árbol de la muralla es un documental extremadamente simple, íntimo y corto, pero su paso para el espectador no será en vano; es extraño salir de escuchar hablar del Holocausto y tener una sensación agradable, aunque sí, por supuesto, conmovedora.
La cámara intimista de Lipgot obliga al ritmo tranquilo, pausado, el necesario para contarnos la historia de una persona de 88 años. Y como es fundamental en todos los documentales centrados en una figura, Jack Fuchs se gana al espectador, un hombre tierno pero que al observarlo tranquilamente demuestra las innegables marcas de lo vivido.
El mensaje final apunta a lo inquebrantable, a aquello que nadie ni nunca se podrán llevar, las ganas de vivir que llevan a reponerse de todo. Aquellos que buscan quebrar a una población nunca cuentan con estas personas sobrevivientes, que podrán mirar el futuro y ver algo de esperanza después de todo lo espantoso vivido.