Como si antes no hubiese nada
El cuarto largometraje de Tomás Lipgot retoma algunas formas del anterior, Moacir (2011), pues nos introduce en la cotidianeidad de una persona de aquellas que vale la pena conocer. En El árbol de la muralla (2012) el director le otorga la palabra Jack Fuchs, uno de los pocos sobrevivientes del Holocausto que residen en Argentina. No hace falta explicar mucho más. Su documental es un acto de generosidad, de bien, de justicia, y no pretende mucho más que eso: presentarnos a un hombre que representa la Historia en vida.
Escuchar a Fuchs, verlo caminar, mirar sus gestos, entender sus relatos, captar su humor, hacen increíble pensar que sea un hombre de 87 años. Lipgot lo sabe y lo aprovecha. Por eso su película consta de elementos simples: principalmente Fuchs contando su vida antes, durante y después del horror; algunas imágenes grabadas por este hombre cuando visitó Polonia hace unos años atrás, animaciones que recrean algunos momentos de su vida. También escuchamos testimonios de otra víctima y de gente que conoce a Jack: un psiquiatra, un amigo, la nieta, y así se diversifican las miradas.
Como hizo en Moacir, este joven realizador supo encontrar la distancia perfecta para que el público se sienta cerca de su personaje. Sin invadirlo, dejándolo ser, escuchándolo hablar, escuchándolo callar, reír, dialogar. No hay solemnidad en el film, porque no es allí adónde se pretende llegar, lo que se encumbra aquí es la palabra, no los actos. La memoria, el dolor, el horror, la muerte aparecen representados a través de Fuchs y eso es lo que se respeta aquí. Si él recuerda de una manera particular su vida y los hechos pasados es desde ahí que el público tiene que conectarse.
“El hombre es el enemigo más grande de sí mismo”, “no nos pudieron deshumanizar”, “no sé cómo pude sobrevivir”. Algunas de estas frases quedan resonando una vez culminado el film. Los relatos de este admirable hombre tienen que ver con la dignidad. Detrás de todo el film hay un halo filosófico desde dónde comprender. Ser sobreviviente del Holocausto claramente identifica a Fuchs y desandar en palabras y para una cámara una vida marcada por el sufrimiento puede ser desgarrador. Pero eso no le importa a él, sí le importa que la Historia no se repita, y la única manera de que eso pase es a través de su testimonio. La cámara, Lipgot y el público se convierten en testigos inmediatos según él. Y el cine, por lo tanto, es un protagonista más.