UN ÁRBOL FRONDOSO, INTROSPECTIVO, POÉTICO Y EMOTIVO
Terrence Malick, elogiado director de filmes como Badlands, Días de gloria, La delgada línea roja y El nuevo mundo, regresa con El árbol de la vida, una historia basada en la vida de una familia del Medio Oeste Norteamericano, compuesta por los padres y 3 hijos varones, que transcurre durante los años 50.
Ganadora del premio máximo en el festival de Cannes último, el guión se centra en la vida del hijo mayor, Jack, desde la inocente infancia hasta su desencantada adultez, en su necesidad de congeniar con el modo de ser de su padre. En el presente, al Jack adulto se lo ve confundido, en busca de respuestas sobre el origen y el significado de la vida, cuestionando la existencia de la fe, ante una enorme pérdida sufrida varios años atrás.
A través de la visión singular de Malick, donde se mezcla lo personal con lo universal, se observan paralelamente imágenes sobre el cosmos, la naturaleza en su estado puro, el origen del mundo, que provoca una substancial abstracción filosófica, dejando al espectador que sea él quien determine la incidencia de las mismas en la historia familiar que se presenta.
Cuesta reseñar un filme así, y sería demasiado reduccionista decir que el argumento trata sobre una familia a lo largo de los años, porque éste es un punto de partida del realizador para presentar su visión del mundo, pero sin dudas es lo más parecido a lo que se conoce como Cine Arte o experimental, sin ser tan narrativo, imponiendo un subjetivo estilo de creación para que el espectador elabore las ideas que le provoque esta experiencia cinematográfica.
Gran película, de no fácil visionado, sería superlativo que resulte una película PARA TODOS, pero termina siendo PARA POCOS, dada la idea que tenemos incorporada de "lo que debería" ser el cine.
Seguramente, si estuviésemos observando un cuadro, escuchando una sinfonía o admirando una escultura, seríamos menos pretenciosos en cuanto a “entender” más su significado y nos libraríamos más a lo que nos produce emocionalmente. Amén de otras artes, el cine, parece, necesita ser “comprendido” en un 100%, sin alcanzarnos que nos guste estéticamente o nos conquiste desde los sentidos.
El filme permite una introspección que no siempre se logra en miles de filmes; deja que el espectador construya la historia en su cabeza. Pero más que nada, provoca emociones (de todo tipo) con la belleza de las imágenes y los sonidos, con los simbolismos implícitos y en consonancia con las escenas que muestran la relación del pequeño Jack con sus padres, con sus hermanitos, con el mundo y con él mismo.
Las actuaciones de los adultos del filme (Brad Pitt, Jessica Chastain, Sean Penn) se ven superadas por la naturalidad de los niños, especialmente la de Hunter McCracken, como Jack en su niñez, en los momentos de juego e intimidad con sus hermanos menores.
La fotografía de Emmanuel Lubezki y la música de Alexandre Desplat van muy de acuerdo con el estilo pretendido en el filme, para subrayar la poesía de la película, aunque varios movimientos de cámara y tipos de encuadres, por momentos, se hacen demasiado presentes o visibles.
No hay que dejarla pasar, siempre y cuando se tenga una idea de lo que se va a ver... No como la docena de espectadores que se fueron levantando y yéndose de la sala, cuando este crítico intentaba contener su emoción frente a la belleza del séptimo arte y su capacidad para conmover, sin necesidad de discernir “al dedillo” el significado de la obra cinematográfica que es The tree of life.