2011, odisea del cine
En El árbol de la vida se combinan la radicalidad de un director con estatus de mito viviente y reverenciado por la cinefilia más exigente como Terrence Malick con el glamour de dos estrellas de Hollywood en su elenco: Brad Pitt (también coproductor del film) y Sean Penn. La mixtura tuvo efectos benéficos en el último Festival de Cannes (el director ganó la Palma de Oro y los fotógrafos disfrutaron de Pitt -acompañado por Angelina Jolie- en la alfombra roja, pero habrá qué ver si el público "pochoclero" no la ve como un "bodoque pretencioso" y los apuntados cinéfilos/fans del realizador, como una "concesión" al star-system.
¿Cómo explicar El árbol de la vida sin caer en simplificaciones? Se trata, en principio, de un melodrama familiar ambientado en los años ’50 (e inspirado en los recuerdos de infancia del propio Malick) sobre un matrimonio (Pitt y Jessica Chastain: recuerden este nombre, es la actriz del momento) que sufre la muerte de uno de sus tres hijos. Pero eso es sólo uno de los aspectos -el más "clásico"- que aborda el creador de Días de gloria, Malas tierras, La delgada línea roja y El Nuevo Mundo.
Con El árbol de la vida, Malick se propone una de las películas más ambiciosas de la historia del cine, una empresa artística que -en la comparación- deja a 2001, odisea del espacio, de Stanley Kubrick, como una película intimista. Con una búsqueda sensorial y una narración fragmentaria (se parece a un caleidoscopio y a un rompecabezas), el film ofrece desde un ballet cósmico sobre el polvo de estrellas, un documental sobre las maravillas naturales del planeta, un ensayo prehistórico (hay un par de dinosaurios que Steven Spielberg envidiaría) y una épica sobre el amor, la muerte, la culpa, el duelo y la redención.
El trabajo visual y sonoro -en colaboración con el fotógrafo mexicano Emmanuel Lubezki, el diseñador Jack Fisk y el músico Alexandre Desplat- es de una belleza subyugante, apabullante (algunos críticos le cuestionaron un excesivo regodeo con ciertas imágenes), mientras que las distintas voces en off tienen no pocas búsquedas espirituales (hay algo de new-age en la propuesta), filosóficas y religiosas que oscilan entre lo genial y lo pueril. Así de desconcertante es esta película que fascina, conmueve, irrita y abruma.
Entre los múltiples aspectos que llaman la atención es que en los 139 minutos de El árbol de la vida una figura como Sean Penn tenga tan poca participación, ya que interpreta en un puñado de escenas a uno de los hijos del matrimonio en la actualidad (un arquitecto que trabaja en una importante firma). Quizás por eso, no participó de la promoción del film y hasta admitió de manera pública que no la había entendido. A no pocos espectadores les pasará algo similar. De todas maneras, más allá de sus altibajos, se trata de un trabajo de indudables valores. Bien vale arriesgarse para disfrutarla y/o discutirla.