Los riesgos de filmar en maýusculas
Curiosa película ésta de Terrence Malick (1943, Waco, EEUU), autor todopoderoso que construye, reconstruye y deconstruye su propio universo para darle entidad a una obra que está a la altura de todos sus (des)propósitos, con una belleza enigmática y arrolladora, un lirismo elemental y una búsqueda de sentido que bien podría haberse ahorrado. Pero, claro, sería otra película y no este conjunto de momentos que acarician la obra maestra unidos a otros que se desbarrancan maravillosamente.
Ese exceso de ambición, esa búsqueda de abarcar lo inabarcable, a contracorriente de cualquier tendencia, probablemente valgan el precio de la entrada y quien se aventure a ver esto debería hacerlo en la pantalla más grande posible.
El centro de la historia pasa por un relato preciso sobre una arquetípica familia norteamericana de los años 50, con padre autoritario (Brad Pitt), madre comprensiva y tres hijos varones, que deben afrontar una tragedia que nunca se explica del todo. Este retrato está construido con solidez y amor por los detalles. Para dar cuenta de este micro-mundo, el director, fiel a sus ambiciones y a sus principios, nos lleva al Principio, el mismísimo del nacimiento del mundo, con una muy bella secuencia que es pertinente comparar con el final de 2001 – Odisea del espacio (Stanley Kubrick), más cerca del cine experimental y con muchas imágenes que, liberadas del peso de lo narrativo, se disfrutan en sí mismas.
A todo esto, otra subtrama, no muy desarrollada, nos lleva a ver en un frío presente al desencantado hijo mayor de la familia (Sean Penn, en plan intenso y sin la edad suficiente para haber sido un niño de 10 años en los ´50), deambulando por la ciudad y tratando de conectarse con ese pasado perdido. Parece mucho. Es mucho.
En la memorable Zorba, el griego (1964, Mihalis Kakogiannis) el final encuentra a los personajes principales bailando despreocupadamente en una playa, a pesar todo lo que vivieron. Los protagonistas de El árbol de la vida también terminan en una playa, pero más que bailar caminan confundidos, como buscando un guión perdido. Zorba no necesitaba replantearse tanto todo, simplemente bailaba sobre las ruinas de un proyecto desmedido que había terminado muy mal y, con una sonrisa, le preguntaba a su compañero Basil si alguna vez había visto un fracaso más esplendoroso.