Mucho se ha volcado sobre este film antes de su estreno en nuestras pantallas. De amar u odiar dicen, como es el cine de Terrence Malick, aquel texano hermitaño con ahora cinco películas en una carrera de cuatro décadas. La Palma de Oro en Cannes 2011 y el Gran Premio Fipresci a la Mejor Película del año, por un lado, excentricidades a la hora de proyección en ciertos cines (cambio de entradas en caso de no entenderla a los 30 minutos o rollos invertidos que nadie nota) por el otro.
"¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la Tierra?". The Tree of Life sentencia su significado desde el comienzo con una cita bíblica del Libro de Job. Malick dijo "Presente" cuando Dios pasó lista, y para probar que no mentía llevó su cámara a la mismísima creación. Allí, a las raíces, cuando los dinosaurios andaban la Tierra (en una escena tanto hermosa como emotiva), cuando el mínimo acontecimiento cimentaba la posteridad. No se puede hacer más que deshacerse en elogios hacia la belleza natural en las imágenes del film, en ese viaje espiritual de perfecta música e inmensa fotografía(gran trabajo de Emmanuel Lubezki) con un terror claustrofóbico al más mínimo espacio cerrado.
Ese viaje tiene un destino en la triste madurez de Jack. Malick seguirá, no obstante, un trayecto alterno, el que se disfruta más, desde el origen de los tiempos hasta el presente, deteniéndose antes en la infancia de este adulto en los años '50. Si bien mantiene esa devoción encantadora hacia la naturaleza y los planos abiertos, es allí cuando el film pierde su potencia creadora e impacto visual, a manos de un relato cada vez más clásico en lo narrativo como inocente en su tratamiento. Aquel placer estético se encuentra así a un fiero oponente en el tedio histórico de una familia del Medio Oeste norteamericano, demasiado menor para ese fresco universal que Terrence Malick empezó a pintar hace 30 años.
Nota al pie: Malick, quien se toma lustros o décadas entre película y película, está trabajando actualmente en tres proyectos que podrían ver la luz en los próximos dos años. Como pasa con Werner Herzog y su incontinencia creativa, es bueno que este director norteamericano atraviese un proceso similar, el de dejar un legado, el del cine más grande que la vida.