Amar, temer, partir...
A lo largo de la vida, nuestros padres, tutores o encargados nos enseñan a amar y también a temer porque son aquellos que nos introducen en el camino incierto de la existencia finita en un universo infinito. Pero nada se nos enseña sobre partir; nadie está preparado para partir de este tránsito efímero que se compone de instantes, recuerdos, deseos, frustraciones, envidias, dolores, búsquedas espirituales y de preguntas mal formuladas que no encuentran respuestas. ¿Cómo se puede entender lo sublime cuando uno forma parte de lo sublime? Ese es el principal punto de partida de El árbol de la vida, el opus más ambicioso en la filmografía de Terrence Malick, prestigioso artista del cine que ya nos malacostumbró con otras películas a reflexionar sobre tópicos filosóficos como el tiempo, la trascendencia, la finitud, el arte y la muerte, valiéndose de los recursos del cine en sus aspectos plásticos y narrativos para construir un puente entre espectador y obra que por momentos se vuelve intransitable pero que no deja de ser tan gratificante para el alma como problemático para la razón.
Es que no se trata de entender hacia dónde va una película que renuncia a la linealidad y a la cronología para nutrirse de sensaciones e impresiones bajo el pretexto de un melodrama familiar clásico atravesado por la muerte de uno de los tres hijos, la cual llega tan temprana al seno familiar y genera en los personajes una sensación de extravío que encuentra su mayor representación en un monólogo interior compartido de puntos de vista.
Este cruce de preguntas se siembra desde el guión para intentar comprender el sentido de la vida a partir de la muerte. Esa pequeña y delgada línea narrativa se sumerge en un plano de abstracción donde el valor de la alegoría y la metáfora cinematográfica estallan en la riqueza poética de las imágenes, destacándose la dirección y el manejo soberbio de la cámara por parte del director y equipo. La idea conceptual y estética que parece trazar el curso de este ensayo filosófico en imágenes tiene por objeto indagar sobre los orígenes de la vida desde sus comienzos hasta especular acerca de lo que supuestamente ocurriría después de la vida en un espacio donde lo onírico se yuxtapone con los recuerdos y con la reconstrucción de momentos de la relación entre padres (Brad Pitt y Jessica Chastain) e hijos (Hunter McCracken para el Jack en edad adolescente y Sean Penn para el Jack adulto) en el seno de una familia de los años 50 de un pueblo de Texas.
Fiel a los preceptos de la psicología más básica y quizás esa pueda ser una vertiente cuestionable para el desarrollo del film de Terrence Malick, quien a veces peca de un tono explicativo en vistas a volver su producto más accesible a un público masivo, al film le juega en contra el subrayado frente a la contundencia de las imágenes que hablan por sí solas para representar simbólicamente la construcción de la ley desde la figura paterna; la enseñanza de los actos bondadosos a partir del temor de un castigo desmedido y el inefable complejo de Edipo por el que transita todo niño en su desarrollo madurativo como en el caso del protagonista Jack, quien ya en su adultez y con una vida consagrada a la arquitectura se sumerge en un viaje introspectivo que tendrá un anclaje con determinados episodios trascendentes de su existencia junto a sus dos hermanos menores; a la restrictiva y rígida educación paternal y al incondicional amor maternal.
No debe repararse en elogios a los rubros técnicos que sin lugar a dudas son el fuerte de esta majestuosa pieza cinematográfica -algunos dicen autobiográfica- como la excelente banda sonora compuesta por Alexandre Desplat y una partitura absolutamente sensible y complementaria con la belleza de las imágenes producto del incondicional aporte de la fotografía del mexicano Emmanuel Lubezki; sumado el ritmo del montaje y la edición a cargo de Hank Corwin, Jay Rabinowitz, Daniel Rezende, Billy Weber y Mark Yoshikawa que permite un fluir constante de planos, movimientos armónicos y angulaciones imposibles.
El árbol de la vida es un film reflexivo, sensible y humano que permite al espectador una variedad de lecturas y provoca sensaciones encontradas que para muchos devendrán en tedio y para otros simplemente en un regocijo para los sentidos y el corazón.